Lo bueno, lo malo y lo feo de la ronda de comodines
Carson Wentz continúa sin figurar en la postemporada debido a sus problemas de salud y crea disyuntiva en Philadelphia.
Lo bueno
Durante más de tres décadas en la NFL, Bill Belichick ha forjado un sello indeleble como una mente maestra en cuestiones defensivas, capaz de identificar y sacar por completo de la ecuación a la mejor arma del rival, particularmente en playoffs.
Lo hizo contra Joe Montana y Jim Kelly, con Marshall Faulk y Todd Gurley, su táctica había resistido la prueba del tiempo prácticamente sin sufrir un daño, convirtiéndose en la llave maestra de una dinastía. Hasta el domingo.
Belichick y el resto de la NFL sabían que las aspiraciones de los Titans dependían de lo que pudiera hacer Derrick Henry por Tennessee y de cualquier forma no pudieron hacer nada para detener al “Tractorcito”. Lo único que les quedó por hacer fue ver como Henry horadaba su laureada defensiva una y otra vez hasta restarle la voluntad.
Henry llevó el sábado 34 veces el balón, la cifra más alta de su carrera, y ganó 182 yardas con un touchdown para enfilar a los Titans al playoff divisional, asestándole de paso un golpe casi fatal a una dinastía de 20 años.
El coach de los Titans Mike Vrabel, un pupilo de Belichick, sabía a lo que jugaba y se negó a salirse del script sin importar lo que le presentaran los Patriots. No tuvo miedo de explotar a su back de cuarto año ganándole la partida de ajedrez a su mentor. Lo hizo de una manera cínica, frontal e intimidante.
Después de todo, no existe un mayor dominio en el deporte que tener éxito en lo que quieres hacer incluso cuando es precisamente lo que el rival espera que hagas. En ese sentido, nadie lo hizo mejor que Henry, Vrabel y los Titans.
Lo malo
Los Bills parecían tener el juego en la mano. Ya habían hecho lo más difícil al tomar una clara ventaja y tenían a los Houston Texans justo donde los querían, abajo en el marcador en la segunda mitad y enfrentándose al punto más fuerte de Buffalo, su defensiva.
Arriba 16-0 a mediados del tercer cuarto, los Bills tenían todas las oportunidades para ponerle el pie en el cuello a los Texans y mantener viva una temporada soñada en la que parecían dar otro paso en un largo, pero eficiente proceso de la mano del coach Sean McDermott. No pudieron, lastrados por la inexperiencia y la falta de confianza.
Un sack de J.J. Watt en tercera y goal en el tercer cuarto que obligó a los Bills a conformarse con el gol de campo de 38 yardas fue el momento en que todo cambió. La desconfianza que proyectaba Josh Allen y la incapacidad de McDermott por recuperar el momento del partido eran prácticamente palpables. Primero fue el sack, después una larga serie de 75 yardas a touchdown, un fumble de Josh Allen. Arenas movedizas, les llaman.
La debacle llegó hacia el final del encuentro, cuando abajo 19-16 con 1:35 en el reloj y enfrentándose a un cuarto down y 27 yardas por avanzar, sí 27, McDermott y Allen decidieron jugar y no despejar o intentar un gol de campo de 59 yardas.
Obviamente sucedió lo que tenía que suceder, presionando con solo dos hombres, el veloz y esquivo Allen fue capturado para una pérdida de 19 yardas. Buffalo logró empatar el juego en la siguiente serie por una concesión de Texans, pero solo sirvió para prolongar su agonía.
Lo feo
Se supone que un quarterback como Carson Wentz debería ser el pilar de una franquicia, la base de la que surgen todas las esperanzas por conservar el protagonismo. En los momentos de apremio, sin embargo, Wentz no ha sido el pilar sino el punto más flaco de los Eagles. Volvió a quedar de manifiesto el domingo.
Un golpe incidental a la cabeza cortesía de Jadeveon Clowney, redujo el debut en playoffs de Wentz a ocho miserables jugadas y envió a casa a los Eagles en un partido en el que tenían una buena oportunidad de competir.
Con su lesión en el mismo primer cuarto, Wentz tiene ahora un fabuloso total de ocho miserables jugadas de experiencia en playoffs a pesar de que lleva cuatro años en la liga y los Eagles han estado en la postemporada las últimas tres temporadas.
La fragilidad física y la indisponibilidad de Wentz en los momentos en que los reflectores son más brillantes comienzan a aparecer a un ritmo alarmante para un jugador que apenas antes del inicio de la temporada firmó una extensión de contrato por cuatro años y 128 millones de dólares, 107 de ellos garantizados.
A Wentz le abrieron la chequera con el único fin de mantener la relevancia en una franquicia plagada de talento. Los Eagles ya demostraron que son capaces de aparecer consistentemente en la postemporada, que es mucho más de lo que Wentz puede decir.