Y Dios se disfrazó de Aaron Rodgers para conquistar el Oeste
El quarterback de los Green Bay Packers volvió a dar otra lección magistral mientras que los Cowboys se suicidaron al infrautilizar a Zeke Elliott hasta que fue muy tarde.
El football americano ha dejado de ser un deporte de equipo. Se ha convertido en un deporte de Rodgers. Aaron Rodgers. Mezclado pero no agitado. Hago lo que quiero, cuando quiero, porque puedo y me da la gana. Él solo se dio un festín, nos dejó asombrados, saco del partido a boinazos a unos Cowboys que aún se están preguntando qué es lo que les pasó por encima, y hasta se permitió el lujo de jugar sin ponerse el barbuquejo, como si estuviera jugando una pachanga de flag con los amiguetes en el parque. Relajado. Con unas birras en juego y kilos de pitorreo.
Lo único que tenían que hacer los Cowboys era tomárselo con calma. No agobiarse. Dejar fuera del estadio la ansiedad y fuera del emparrillado a Rodgers. Y fue justo lo que no hicieron. ¿Qué la defensa de los Packers no sabe cómo parar a Elliott? ¿Qué nuestro corredor campa a sus anchas desde el primer momento? Pues entonces vamos a pasar. Di que sí.
Y pasando solo anotaron un field goal en cuarto y medio. Pero lo que es peor, se dejaron el reloj perdido en algún lugar en medio del césped.
El objetivo prioritario, lo único que tenían que hacer, era sacar a Aaron Rodgers del campo. Y eso fue exactamente lo que no hicieron. Y si eso fallaba, daba lo mismo que Burnett, strong safety de los Packers, estuviera lesionado en la banda. Daba igual que Ladarius Gunter no estuviera pudiendo con Dez Bryant. Cada vez que Prescott intentaba un pase en primer down, Elliott salía de la ecuación y la serie se colapsaba.
Y era cuando llegaba el ‘Rodgers time’ en modo supercalifragilístico. Lo de espiralidoso lo dejamos para sus lanzamientos milagrosos.
El quarterback de Green Bay saltaba al campo sonriendo, con esa mueca socarrona del más rápido de la ciudad, que sabe que va a dejar el saloon sembrado de cadáveres. Y el festival no se hizo esperar. Un hombre rodeado de niños que ni siquiera andaban. Gateaban. Y ahora estáis doce sobre el campo, ¡Tacatín! Y ahora necesito provocar una salida falsa. ¡Tacatán! Con Lee entrando en blitz a destiempo para dejar la defensa con diez y Rodgers conectando pases como el que come pipas. Touchdown del otro Rodgers, en recepción humillante entre los brazos de Lee, touchdown de Montgomery de carrera. Y otra vez Montgomery. Mediado el segundo cuarto los Packers ganaban 3-21 y no habíamos visto el ataque de Dallas sobre el campo. El plan previsto a la inversa. Golpe de mano genial. Los Cowboys se autodestruían sin entender lo que estaba pasando, y sin dar una a derechas.
Los Cowboys yacían en el suelo, agujereados por las balas de sus rivales. Las campanas llamaban a muerto y las gradas entonaban un réquiem. Sin embargo, dos sucesos les devolvieron el aliento, aunque fuera por un rato. Dez Bryant consiguió anotar un touchdown, de tanto quemar a Gunter. Y una lesión temporal de Bakhtiari debilitó lo justo el muro en que se había convertido la línea ofensiva de Green Bay, para que Rodgers dejara de jugar a placer y los Packers perdieran el ritmo en los dos últimos drives antes del descanso.
Los Cowboys, que habían estado muertos, se fueron al descanso 13-21 y soñando con milagros.
Pero los milagros no existen cuando un equipo juega a lo que sabe y el otro a lo que no tiene ni idea. Los Packers haciendo lo que esperábamos y los Cowboys todo lo contrario. Apelando a la chulería contra el más chulo del barrio. Y Rodgers siguió jugando a placer, con un ataque de Green Bay que no echó de menos al Nelson y funcionó como un reloj casi en todo momento. Touchdown de Cook y 13-28. Dos anotaciones de ventaja y sin noticias de Dallas. Intercepción a Prescott y Elliott desaparecido. Aunque Rodgers devolvió el regalo cuando ya, soberbio, hasta se pasó de sobrado.
Entonces ocurrió lo inesperado. Lo que ya parecía imposible. Rodgers dejó de ser Rodgers y se volvió humano por un rato. Errores de sus receptores atragantaron su magia. Y los Cowboys, hartos de hacer lo contrario, volvieron a su camino y se encomendaron a Elliott, mientras Bryant le apoyaba al tiempo que abusaba de Gunter. Touchdown de Witten, touchdown de Bryant, conversión de dos de Prescott y empatados a 28. 4:08 por jugar y Aaron Rodgers contemplando el universo desde su púlpito del cielo.
En los siguientes minutos la NFL vivió de pie un cuento de ciencia ficción. Field goal de Crosby, 28-31. field goal de Bailey, 31-31. 35 segundos en el marcador y balón en manos de Rodgers.
Loa a Aaron, señor del football americano. Emperador de los emparrillados y dueño del ovalado. Maestro de los pases largos y heredero de las jugadas rotas. Honor a ti, ser superior. Amo del tercero y largo y hombre convertido en equipo. Maestro de los tahúres y rey de las interferencias. Tu solo, sin Davante Adams roto, cruzaste el campo y mataste el partido y a los Cowboys, que entendieron demasiado tarde que no podían ganar si no eran ellos mismos. Un pase imposible a Jared Cook nos dejó roncos para siempre. Un lanzamiento que nunca se borrará de las retinas. ‘The Catch’ en estado puro. El momento más perfecto que se ha vivido en la tierra desde la aparición del hombre.
Field goal de Crosby en el último segundo 31-34 y los Packers estarán en la final de conferencia. Y Dios se disfrazó de Aaron Rodgers para conquistar el oeste.