Emmitt Smith: El semental que cargó a una dinastía
El líder histórico en yardas terrestres fue la bujía que convirtió a los Cowboys en uno de los equipos más dominantes de la década de 1990.
La mitología y el romanticismo dicen que son Jim Brown o Walter Payton. Los hipotéticos señalan únicamente a Barry Sanders. Pero los números, incapaces de mentir, apuntan hacia un solo nombre como el mejor corredor de la historia: Emmitt Smith.
Sí, tal vez Smith se benefició de una de las mejores líneas ofensivas que este deporte haya visto. Indiscutiblemente, Smith también contó con un beneficio exclusivo, ajeno para los demás miembros de la conversación: Un juego aéreo dominante que le quitara _ al menos parcialmente _ los ojos de 11 defensivos en todo momento.
Pero 18,355 yardas no se obtienen únicamente con el empuje de una línea ofensiva o con acarreos ante una defensiva “vendida” contra el pase. Se ganan con tenacidad y hambre, con una durabilidad pocas veces vista para un jugador de su posición, con una visión incomparable, una resistencia casi inhumana, tanto al dolor como al primer contacto, y una explosión por la línea de scrimmage.
Todos los grandes running backs de la historia han tenido una característica que los define. Brown era potente, Payton era explosivo y Sanders era elusivo. Smith, por su parte tenía algo de cada uno de ellos, y una visión y capacidad casi incomparable para seguir bloqueos. Todo eso encerrado en un cuerpo de apenas 1.75 de estatura.
Fue precisamente eso, su baja estatura y una velocidad que no era precisamente deslumbrante, lo que llevó a Smith a caer hasta la 17ma posición del Draft de 1990 en donde los Cowboys, tras realizar un canje con los Steelers (de entre todos los equipos), tomaron a Emmitt Smith. La historia de Dallas cambió ese mismo día, 22 de abril de 1990.
“Emmitt Smith hará que algún día los aficionados de los Cowboys se olviden de Tony Dorsett”, decía la última línea del reporte del scout Walt Yaworsky, quien tuvo que convencer a Jimmy Johnson de apostar por el egresado de la Universidad de Florida.
Smith no tardó en convertir las palabras de Yaworsky en una profecía. En su primera temporada ganó el Novato del Año con 937 yardas y 11 touchdowns. Tuvieron que pasar otros 11 años para que no alcanzara nuevamente las mil yardas terrestres.
Para su segundo año ya era líder corredor de la NFL (1,563 yds.), con el primero de sus cuatro títulos de yardas en las siguientes cinco temporadas. En su tercera campaña, los Cowboys ya eran bicampeones de la NFL y Smith tenía en su poder un trofeo como MVP de la NFL, MVP del Super Bowl y otro año liderando a la liga en yardas por tierras. Todo el mismo año. Y si se preguntan cuántos más han logrado eso, la lista empieza y acaba con Smith.
De los “Trillizos” que fueron la base de la dinastía en Dallas, Smith es el que más aportes hizo a ese equipo, ganó títulos de yardas en cada uno de los tres años en que los Cowboys ganaron el Super Bowl, con 52 touchdowns terrestres y dos más por aire en esas tres campañas. En términos más sencillos, sin Emmitt no hay dinastía.
La relación entre los Cowboys y Smith fue simbiótica.
Smith les dio alma, corazón y vida, jugó con hombros separados y tendones al borde del desprendimiento (vio acción en 201 de 208 partidos posibles en sus 13 años con los Cowboys, incluyendo dos ausencias por una disputa contractual en 1993). Le devolvió prestigio y llenó las vitrinas de una franquicia que apenas un año antes de su llegada tenía marca de 1-15.
Los Cowboys, por su parte, lo empujaron y le allanaron el camino hacia uno de los récords más prestigiosos del deporte, cuando el 27 de octubre de 2002 Smith se escapó 11 yardas a 9:10 del final de la derrota 17-14 ante Seattle para rebasar las 17,726 yardas que acumuló Payton en su carrera.
El récord “habla de su corazón y su carácter”, dijo en ese momento el dueño Jerry Jones.
Pero Michael Irvin habla por todos.
“Queremos agradecerle a Emmitt por permitirnos disfrutar de cada yarda”.