El club de las abuelas de LeBron: “Huele mejor que mi marido…”
Casi 200 mujeres de entre sesenta y ochenta y tantos años forman un club de fans muy especial en Akron, la localidad de LeBron: “Somos como sus abuelastras”Final en vivo: Cavs vs Celtics, juego 7
LeBron es el mejor jugador del mundo. Y uno de los cinco mejores de la historia. Este último tramo de su carrera en el que ya ha entrado decidirá su lugar en el panteón, un debate en el que ya ni el número 1 está completamente fuera de su alcance. Esto es así en todo el planeta baloncesto. No en Ohio, donde LeBron es algo mucho más importante que todo eso. La personificación de todo el orgullo que ha podido reunir una tierra que pasó demasiado tiempo buscando cosas de las que sentirse orgullosa y de la que solo se acordaban los medios nacionales para burlarse de su eterna maldición deportiva: los Browns, los Indians, los Cavs, la nada: The Mistake By The Lake. El error junto al lago.
Pero entonces LeBron llegó, se fue, volvió y ganó de la forma más increíble que se podía ganar. Con una remontada histórica ante un equipo histórico que acabó con décadas de mal agüero al estilo Hollywood, la antítesis de la vida que se comprime entre ese Lago Erie del tamaño de Macedonia y el Quicken Loans Arena (ya un tótem contra el fatalismo en una ciudad que tanto necesitaba uno): en un dowtown perfectamente rectilíneo y más limpio que colorista nunca parecía pasar nada hasta que de repente puede pasar todo. Cualquier día y siempre y cuando juegue LeBron James. Que es Akron, Cleveland y los Cavaliers: LeBron James es Ohio.
No es solo que la imagen de LeBron se haya convertido en la estampita del santo o la foto del nieto en la cartera en un lugar en el que todo el mundo parece tener una historia de primera mano sobre él (o tiene un primo, un compañero de trabajo o un vecino que una vez…), es que su fuga con retorno valida el perpetuo ciclo vital de una ciudad como Cleveland: los jóvenes buscan oportunidades en otros lugares y muchas veces acaban volviendo a criar a sus familias y echar raíces. Esa metáfora reconfortó a Cleveland (una especie de ‘en realidad, esto no está tan mal…’) e hizo que Alder Chapman enjuagara definitivamente las lágrimas que vertió en 2010, cuando LeBron anunció que se marchaba a Miami: “Fue como ver a un nieto marcharse en busca de una vida mejor, una sensación muy agridulce. Entiendo que tenía un sueño y quería cumplirlo. Mucha gente se va porque le sale un trabajo mejor en otra parte. Y en realidad eso es lo que él hizo. Fue así de sencillo”.
Alder Chapman va a cumplir 78 años y hace once que fundó el LeBron James Grandmothers’ Fan Club, que agrupa a casi 200 mujeres de entre sesenta y ochenta y tantos años, la mayoría de Akron, donde nació LeBron… y Stephen Curry (cuando su padre, Dell Curry, jugaban en los Cavs), pero también ya de casi todos los rincones del país. Hasta su lema, “love and fun” (amor y diversión) se refiere al LeBron divino de las pistas de baloncesto pero también, o más bien sobre todo, al LeBron humano que vertebra su comunidad fuera de ellas. Illona Aleman (75 años), es otra de las veteranas del club. Profesora jubilada, conoció a LeBron cuando este tenía nueve años y acudió años después a los partidos del instituto St. Vincent-St. Mary para ver si era cierto todo lo que se decía de aquel chico, primero por todo el estado y después por todo el país. “Va a ser una celebridad”, le dijeron sus profesores. Una que la ayudó después, hace nueve años, cuando casi se la lleva por delante un cáncer de pecho: “Fue un ejemplo aunque mi verdadero héroe fue mi marido, que peleó conmigo cada minuto de cada día… Pero LeBron huele mejor que él”, dice entre carcajadas. En Cleveland, todo el mundo tiene una historia sobre LeBron. O conoce a alguien que conoce a alguien que…
Las ‘abuelas de LeBron’ tienen una especie de comité ejecutivo que se reúne una vez al mes y encuentros semanales para todas las socias, los martes a las 6 en la cafetería Helen Arnold de Akron. Ayudan en colegios de zonas desfavorecidas y echan un cable como voluntarias en bancos de alimentos. Sencillamente, siguen el ejemplo de LeBron: tratar de hacer algo por la comunidad, cada uno en la medida de sus posibilidades. Las del jugador/icono (contrato de 100 millones con los Cavaliers y de 1.000 con Nike) son evidentemente altas. Y las honra: su fundación donó solo en 2016 más de 41 millones de dólares que, entre otras cosas, garantizaron los estudios superiores a 1.100 jóvenes del área de Akron. Y su programa I Promise (Yo Prometo) trabaja con aquellos estudiantes de menos recursos dentro de un plan que premia a los que van cumpliendo ciertos requisitos académicos y de comportamiento: “Se trata de ver cómo conseguimos crear el mayor impacto, cuál es la mejor forma de ayudar”, dice LeBron, que ha recibido este año el premio J. Walter Kennedy de la asociación de periodistas de baloncesto, un galardón que reconoce su dedicación y servicio a la comunidad. En 2021 y en coordinación con el sistema de educación pública estadounidense, inaugurará un colegio para chicos con problemas de aprendizaje. En 2022 ya cubrirá todas las edades entre 6 y 14 años: “Nuestra intención es ayudar justo en ese momento en el que pueden quedarse atrás y acabar en la marginalidad por no haber tenido el apoyo adecuado. Es la forma de tener un verdadero efecto en el futuro de la gente”. Además, dona otro millón anual, aproximadamente, para otro buen montón de causas y le dio otro en 2013 a su antiguo instituto de St. Vincent-St. Mary. Así que claro, todo el mundo tiene una historia sobre LeBron en Ohio…
Las abuelas de LeBron van cuando pueden al Quicken Loans Arena y han organizado viajes en autobús para desplazarse a partidos en Detroit y Nueva York. Y cambian de restaurante en Akron en cada partido de las Finales. Llevan camisetas identificativas de su club, gritan, saltan y quitan el volumen a la televisión si el comentarista les pone nerviosas. Después del séptimo partido de 2016, al que precisamente la presidenta Alder Chapman llegó tarde porque tuvo que esperar a que su nieta saliera del trabajo y la llevara en coche, lloraron, bailaron, se abrazaron y hasta se subieron a las sillas. En el desfile de los campeones la policía apartaba las vallas para abrirles paso, tratamiento casi de comitiva VIP: “Como verdaderas abuelastras de LeBron”, bromean. O como muestra, otra más, de hasta qué punto el número 23 de los Cavs es más que el rastro de dinero que le siguió en su viaje de ida y vuelta a Miami: lo llaman Leconomics, casi una ciencia que estudia el efecto de LeBron James en la economía.
La aportación más reciente en esta materia es del American Enterprise Institute y analiza la actividad de bares y restaurante en un área de un kilómetro a la redonda alrededor de los pabellones en los que juega LeBron: un 13% más de locales con un 23,5% más de puestos. En Cleveland se pasó de casi 200 en 2006 a menos de 165 en 2014, tras sus cuatro años de ausencia, y de ahí se ha vuelto a los actuales 20. En Miami se crearon casi 100 más (de 160 a 260) y ya se han perdido veinte en los tres años que han pasado desde que se fue.
En Cleveland el impacto económico de LeBron James se sitúa en unos 40 millones de dólares al año, más allá de que cada partido de las Finales (llevan tres seguidas, pleno desde su regreso) deja 100 millones a su equipo y 15 a la ciudad. Desde su vuelta, la restauración genera 38 millones más en salarios, la ocupación hotelera crece cinco puntos por encima de la media del país y los negocios hablan de un volumen de ganancia que va de un 30 hasta un 200% más, según los casos. Todo eso también es LeBron para Cleveland, además del benefactor, el gran motivo de orgullo ante todo el país (ante el mundo) y, desde luego, el rey Midas que acabó con una sequía de más de medio siglo sin títulos de los equipos profesionales de la ciudad: todo el mundo tiene una historia sobre LeBron aquí…