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REAL MADRID

Pecados del Real Madrid: Bale, Isco, visceralidad, tratos de favor...

De la inconveniencia de alinear al galés al exceso de faltas innecesarias sobre Messi: las razones que condujeron al Madrid a la derrota.

Pecados del Real Madrid: Bale, Isco, visceralidad, tratos de favor...
Kiko HuescaEFE

Perdió el Real Madrid como pudo ganar. Sucede cuando las cosas se resuelven a tiros, como fue el caso, pero ese albur del minuto 92 no puede ocultar los pecados del Madrid, que se perdió entre el exceso de diplomacia y de visceralidad.

El error Bale

Ponerle fue una equivocación que pagará Zidane, que pagará Bale y que pagará el Madrid. Por redondear el once con los mejores cromos cuando varios futbolistas salían de lesiones el Madrid de Benítez fue atropellado por el Barça en el Bernabéu (0-4) hace año y medio. Ni antes ni después de ese partido volvió a repetirse esa diferencia de juego entre uno y otro, hasta el punto de que el equipo blanco llevó su pelea hasta el último partido y entregó la Liga por un punto. Bale no estaba curado. Quien mejor debía conocerlo era el jugador. Y el primero en desconfiar debió ser Zidane. El Madrid tiró media hora con un jugador mermadísimo y perdió un cambio que hubiera agradecido al final. El galés quedó señalado por un estadio poco olvidadizo y, en algunos casos, insistentemente rencoroso.

La visceralidad

Al Madrid le faltó cabeza para contrarrestar el factor Messi. Cierto es que el argentino estuvo en una versión insuperable, pero la mayoría de las faltas que el Madrid cometió sobre él fueron a cincuenta metros del marco. Especialmente innecesaria resultó la primera de Casemiro, producto de una rabieta tras tragarse un regate del astro en zona de mínimo riesgo. A Ramos le hubiera bastado con un empujón para pararle en la acción que le costó la expulsión.

Jugar de espaldas al marcador.

Regresando al asunto de las faltas, el Madrid se ahorró la única que realmente necesitaba. No paró a Sergi Roberto en el embrión del 2-3. Sucedió en pleno frenesí ofensivo de un equipo que buscaba ajustar cuentas y no echar cuentas. El corazón estuvo, inexplicablemente, por encima de la clasificación. Un empate le habría permitido una derrota y una igualada en los seis partidos que le restan. Faltó alguien que lo explicara bien en el campo.

Ciclotímico Benzema

El francés no es jugador de todos los momentos y todos los partidos. Necesita un entrenador que sepa detectar el instante de no retorno, porque es futbolista de inspiración y no de resurrección. El domingo llegó a ese punto irreversible, en la segunda parte, y Zidane no lo vio o no quiso verlo. Es difícil determinar la frontera entre la confianza ciega y el trato de favor.

Isco, el olvidado

Isco no jugó un minuto, hecho sospechosamente repetido. Cierto es que no caben todos. Y cierto es, también, que el fútbol es un juego de instantes. E Isco está en el punto de iluminación con el que sueña todo futbolista. Detectarlo es tarea del entrenador, pero el Madrid de Florentino y Zidane funciona de otra manera. Un banquillo fastuoso está para quitarle esfuerzos a los intocables o para reparar sus lesiones. Existe una escala cerrada que desfavorece la competencia y daña la moral de la tropa. La injusticia es la mejor materia prima para fabricar descontentos.

El calendario

Es el pecado aún por cometer. El Madrid debe parar la pelota y sentarse a valorar la situación: seis partidos pendientes; dos en casa ante Valencia y Sevilla, que no son lo que fueron ni en su historia ni en esta Liga, respectivamente; y cuatro salidas de media montaña. Depor y Málaga están en el último cuarto de la tabla, pero prácticamente salvados; el Granada tiene imposible la salvación; y la cabeza del Celta anda en otra cosa. Retrocedan a junio, pinten este escenario y encontrarán a una gran parte del madridismo que hubiera firmaría.