El por qué Marshawn Lynch y Oakland Raiders han de unirse
El corredor es una leyenda, un amante, un hijo pródigo de una ciudad que necesita de un abrazo colectivo, aunque sea sólo a través del deporte.
En menos de un mes, los propietarios de la NFL aprobarán la petición de traslado de los Raiders desde Oakland hasta Las Vegas. El dinero potencial de la operación es inmenso y la decisión de dar el primer paso hacia ese dinero no está en duda. Con un conglomerado de hoteles e impuestos a turistas capaz de pagar lo que cuesta la mitad de un estadio en esta liga, la pobre Oakland no puede competir.
La aprobación del proyecto es sólo el primer paso. No significa que la franquicia se vaya a mover de inmediato. Es más, no significa que se vaya a mover, pues para que eso sucede aún han de darse muchas negociaciones. Muchos excels se crearán y se destruirán, con números rojos y verdes, antes de que existan, si es que lo llegan a hacer, Las Vegas Raiders. Sin embargo, como patada en los genitales a la población de Oakland sí que sirve estupendamente.
Y no es la primera. El pasado 17 de enero se produjo una ceremonia de apertura de un recinto deportivo que fue otra patada en los mismísimos para la comunidad de Oakland. El Chase Center, situado en San Francisco, prodigioso pabellón multiusos de más de 1.000 millones de dólares que en apenas un par de temporadas albergará los partidos de los Golden State Warriors. La ciudad de Oakland puede perder a Raiders y Warriors a la vez.
Para ellos es una catástrofe. Que nadie les diga, para atemperar, que San Francisco está al lado, sólo cruzando un puente, porque eso no es lo que ellos sienten. Los más de 400.000 vecinos de la ciudad no sienten que enfrente sean de su misma especie.
Es Oakland un lugar orgulloso, como sólo lo son los sitios muy pobres. Los muy conflictivos. Y ellos encajan en ambas categorías. Siempre en la lista de ciudades con más asesinatos por arma de fuego. Siempre en los vaivenes de la economía productiva, y sus crisis, al depender por completo de su puerto de mar, otro de esos puntos clásicos donde anida la miseria y la corrupción.
De lo duro que es Oakland da muestra, por ejemplo, su escena hip hop, una de las más notables del planeta. Uno de sus más destacados miembros, Tupac Shakur, con 75 millones de discos vendidos en su curriculum, fue asesinado de cuatro balazos en una disputa entre bandas en los 90.
Marshawn Lynch, el hijo pródigo
De ahí es Marshawn Lynch, running back que deja el ADN de Oakland en cada paso que da, en cada yarda que gana. No sólo es de Oakland, sino que es Oakland.
Orgulloso hijo de madre soltera, orgulloso producto de la calles de su ciudad, jamás abandonó a su gente. Hizo su carrera colegial en la universidad de California y en la NFL jugó para Buffalo y para Seattle, donde se hizo leyenda. Y, sin embargo, todo su esfuerzo social, emocional, todos sus lazos se quedaron en su barrio. Allí inició su ativismo con numerosas campañas, donaciones y visitas a los colegios más pobres. Si ve a un crío sin camiseta o sin zapatos se los regala ipso facto en estos eventos. Es superior a él.
Lynch, cuenta, no tenía para cenar muchas noches de crío. Sólo tenía unos pantalones que, cuando lavaba, rezaba para que estuvieran secos al día siguiente y no tener que llevarlos con un golpe de plancha para que al menos en el instante de ponerlos estuvieran calientes. Le prometió a su madre una casa si alguna vez ganaba dinero para ello; con el primero contrato NFL cumplió su promesa. En Oakland, claro.
Retirado el año pasado en plena Super Bowl 50 sólo una cosa podría hacerle volver a un emparrillado: su ciudad. Y en ello están todas las partes.
Hay problemas, por supuesto. Los derechos del jugador siguen estando en manos de los Seattle Seahawks. A nivel deportivo está por ver si puede aportar algo tras un año retirado y otro lastrado por completo por las lesiones. En los Raiders aspiran al anillo, no a una vuelta de honor a uno de sus ídolos, así que se trata de ganar, no de contar una bonita historia.
Y, sin embargo, todo lo anterior queda en un segundo plano cuando nos paramos a pensar en lo que sería el agujero negro, lo que sería ese estadio, esa afición, esa ciudad, el día en que Marshawn Lynch apareciese por el túnel de vestuarios vistiendo el negro y plata, con el corsario en el caso.
Oakland y Marshawn Lynch se merecen ese abrazo.