Federer derrota a Nadal y consigue su 18 Grand Slam
El suizo amplía su récord tras sobreponerse a un break en el quinto set: 6-4, 3-6, 6-1, 3-6 y 6-3 en 3h:37 ante un Nadal también inmenso, que anuncia que ha vuelto.
El partido del siglo. La madre de todas las finales, fue para Roger Federer que, enorme, batió a Rafa Nadal por 6-4, 3-6, 6-1, 3-6 y 6-3 en 3h:37 para agigantar su leyenda frente a otra leyenda. El suizo, con 35 años, no había ganado un Grand Slam desde Wimbledon 2012, y elevó su cuenta a 18 ampliando su récord y dejando al español en 14.
Ganó Federer después de seis meses parado por una lesión de rodilla, su ausencia más larga del circuito. Pero Nadal ha vuelto con 30 años, después de dos meses y medio KO recuperando su muñeca izquierda. Su perseverencia le llevó a una final de Grand Slam que no pisaba desde hace dos años y medio. Los dos ganaron. Y dejaron un mensaje: 'Nos volveremos a ver'. Esta vez, el suizo no se encogió. Y levantó un break en la manga definitiva. El último punto se decidió con una consulta al Ojo del Halcón. El drive había entrado. Suspense hasta el final. Federer gritó y lloró. Las lágrimas de decepción de 2009 ("Esto me está matando") se tornaron en otras de alegría. "Quizá Roger se merecía este título más que yo", dijo luego Rafa.
Sobre la Rod Laver Arena se concentraba, como en el ojo de un tornado, toda la tensión emocional, toda la fuerza de un acontecimiento único, aunque se hubiera repetido en 34 ocasiones. Los dos jugadores con más carisma del tenis volvían a disputar una final de Grand Slam. La última había sido en Roland Garros 2011, cinco años y medio atrás. Todos los ojos del mundo se concentraban sobre el azul cobalto de la pista. Como en el ring de un Ali-Frazier, el asfalto de un Prost-Senna, el césped de un Cristiano-Messi, el tablero de un Karpov-Kasparov o el parqué de un Magic-Bird... Uno de esos días mágicos en el que el nombre de los dos protagonistas corre de boca en boca hasta desgastarse.
Roger Federer, con 35 años y cuatro hijos, salió dispuesto a liquidar el partido por la vía rápida. Con un día más de descanso y con cinco horas menos en las piernas, el suizo fue un vendaval. Con 13 golpes ganadores, rápido de manos como un prestidigitador, ventiló el primer set en poco más de media hora. Resoplaba Nadal, aturdido. Sus piernas le recordaban la batalla de casi cinco horas frente a Grigor Dimitrov y su mente no conseguía engañar al cuerpo.
Le hacía falta a Nadal convertir el partido de ping-pong a un tiro que había propuesto Federer en una lucha de trincheras. Llevarlo a su terreno, al de los viejos tiempos que le permitía enseñar un cara a cara de 23-11 con el de Basilea. Fue capaz de hacerlo en la segunda manga. Sabía que debía ser más agresivo. Martillear como otras veces el revés a una mano. Meter otra marcha a sus piernas tirando de reservas, si las había, o de testosterona. Rompió dos veces, aunque se dejó neutralizar un break, para anotarse la manga y seguir vivo.
Pero Federer no es amigo de peleas de bar, de agarrarse de la pechera. Y supo marcar distancias. En el primer juego de la tercera manga, salvó tres bolas de rotura con tres aces (20 al final del partido), y arrebató el servicio a Nadal tras procurarse una bola con un drive a bote pronto imposible. No fue fácil pese al 6-1, pues la manga se extendió más de 40 minutos y hubo igualdad. Pero sacó de la chistera 18 los golpes ganadores que le pusieron por delante.
Llegó entonces el todo o nada para del de Manacor, especialista en misiones imposibles. Si ganaba el cuarto set, tendría el partido donde quería. Y lo ganó. Un puntazo maravilloso que puso a Nadal 4-1, resuelto con un manotazo cruzado marca de la casa, fue también un manotazo en el rostro de Federer. 'Estoy aquí', le dijo. La final estaba igualada, Federer se iba al vestuario con un tiempo médico y Nadal saltaba como un poseso sobre la pista. Olía la sangre. Otra vez el fino suizo había caído en su trinchera.
La Rod Laver se puso en pie. Nadal acababa de sacar todos los fantasmas del armario de Federer, que corrían por la pista. No dejó que el suizo despertara. Como un directo a su mandíbula, logró un break de entrada y levantó tres bolas de rotura en el siguiente juego. El físico ya no contaba. Era una batalla mental. Épica y poesía. Pero esta vez, Federer no se hundió. Devolvió el break y logró otro, con intercambios de hasta 26 golpes. Agonía pura. Sacando para ganar, todavía tuvo Nadal dos bolas de rotura. Con puntos de partido, dos veces hubo que tirar del Ojo de Halcón. La tensión reventaba. Pero la última derecha fue dentro... Ganó Federer. Pero no perdió Nadal. Su leyenda, juntos, crece y crece.