Un 'Ménage à trois' en el mundo de la NFL
La historia del football nos ha deparado momentos para el recuerdo y los tríos han marcado una época en el deportivo preferido en USA.
Ahora que se acaba la temporada, y viendo los equipos que alcanzaron los playoffs y los que aún porfían por meterse en la gran final, se hace más patente que la fiebre que desde la offseason se manifestó en prensa, aficionados y analistas en torno a las potenciales prestaciones que los grandes tríos de pasadores, corredores y receptores nos podían ofrecer esta temporada, estaba sobradamente justificada. Ahora bien, no seamos adanistas, las bondades del ménage à trois no se han inventado esta temporada.
A principio del siglo pasado, Paul Éluard y su mujer Gala, futura musa de Salvador Dalí, compartían con toda naturalidad lecho con el pintor surrealista Max Ernst y asimismo, el poeta Ezra Pound, fue muy feliz durante años junto su esposa Dorothy Shakespear y su amante, la violinista Olga Rudge. Lubitsch, Truffaut, Clouzot, Schlesinger y nuestro genial Buñuel, con aquella impagable partida de cartas entre Paco Rabal, Silvia Pinal y Margarita Lozano con la que se cerraba Viridiana eludiendo así la necia censura española, son también ejemplos más que ilustrativos de lo antiguo de los triángulos amorosos.
Dak, Zek y Dez (bonito nombre para un grupo de Gangsta-Funk) en Dallas; Big Ben, Leveon y Antonio en La Ciudad de Acero; Matty Ice, Devonta y Julio en Atlanta o Smith, Jamaal y Maclin en Kansas han evidenciado que los power rankings no estaban completamente equivocados...y es que no es menos cierto que también han sido grandes las decepciones dispensadas por prometedoras ternas ofensivas: Taylor, LeSean y Watkins; Dalton, Green y Eifert o, desde luego Newton, Stewart y Olsen.
Pues bien, al igual que pasaba en la literatura, el cine y la vida real, antes de estas formidables pero aún infecundas tripletas inundarán los medios, en la NFL también las hubo, con igual o mayor talento, pero sin redes sociales. Y es que en la década de los cuarenta no había Instagram, pero hubo un conjunto capaz de encadenar diez años consecutivos sin apearse del partido por el campeonato, ya fuese en la añeja AAFC o en la NFL. Sí, en efecto, los Browns no fueron siempre unos lusers y no lo fueron merced a un head coach irrepetible y a un trío absolutamente letal e imparable: Otto Graham, Marion Montley y Dante Lavelli.
Lo decía al inicio, las prestaciones durante esta temporada de Dak, Zek y Dez han sido sencillamente asombrosas y admirables. Ahora bien, de ahí a rebautizarles como los nuevos Triplets... En fin, Aikman, Smith e Irvin en su primer año juntos ni alcanzaron los playoffs, cierto, pero en los siguientes diez fueron carne permanente de postseason, engarzándose tres anillos y ofreciendo uno de los mejores espectáculos de football ofensivo que se recuerdan.
Muy parecida es la historia a la vera del Allengheny. ¿Alguien en su sano juicio puede discutir que nos encontramos ante una de las mejores escuadras de la historia de este juego? Big Ben atesora ya todos lós récords de pase de la franqucia que pueda uno concebir. Antonio Brown, estadísticamente y temporada por temporada es ya el mejor receptor de un equipo que entre sus wide receivers cuenta con nombres de la talla de Haines Ward, Lynn Swann, John Stallworth, Heath Miller o Santonio Holmes. En cuanto a Bell, permítanme que les formule una sencilla pregunta: ¿Conocen a algún corredor que no corra y que a pesar de ello ningún otro running back de la historia de los Steelers haya corrido más que él en un solo partido? Ojo, hablo de Franco Harris, Jerome Bettis, Rocky Bleir o Frank Pollard.
Pues bien, estos jugadores absolutamente estelares, me temo que no alcanzarán nunca no sólo los cuatro anillos, sino la capacidad de intimidación ofensiva que generaron otro rubio y otros dos negros en la decada de los setenta: Bradshaw, Harris y Lynn, naturalmente.
La eficacia y legado de un trío no tiene porqué estar directamente vinculada a la excelencia de todos y cada uno de sus elementos. Hay ménage à trois que funcionan estupendamente con dos piezas superdotadas y un buen mamporrero. Este el caso, por ejemplo, de los legendarios 49ers de los ochenta. Montana y Rice en el centro de la pista y Craig dándolo todo desde el backfield. Inolvidables.
Y digo más. Si el vértice es el elemento nodal de todo triángulo, es muy probable que un vértice superlativo haga funcionar al resto de la terna. Y eso fue exactamente lo que aconteció en la Ciudad del Viento en 1985. McMahon era un mediocre pasador, más célebre por sus excentricidades y su cinta en el pelo que por su clase como quarterback. Willie Gault no está entre los 250 mejores receptores de la historia de la liga, pero ningún cornerback pudo medirse a un velocista medalla de oro en el relevo corto en los Mundiales de Helsinki 83 junto a Carl Lewis, Calvin Smith y Emmit King y bronce en los 110 vallas. Pero claro, en el vértice de este polígono estaba un tal Walter Payton.
En el sexo, como en el football, debe perseverarse. A John Elway, encontrar su tripleta le costó catorce años y tres Super Bowls. Terrell Davis, Rod Smith y la postura del helicóptero hicieron el resto en 1997: dos Lombardi seguidos
Ahora bien, cuántas veces los mejores protagonistas, los entornos más adecuados, la luz de las velas más sugerente, las sábanas más sedosas no han podido evitar perturbadores gatillazos. John Kelly, Thurman Thomas y Andre Reed, lo experimentaron por cuadruplicado…
Nadie puede discutirme que el mejor pasador sin anillo de la historia de la NFL es Dan Marino. Ni el grandísimo Kelly que acabamos de recordar, ni Tarkenton, ni Warren Moon, ni Ken Anderson, ni el entrañable Testaverde pueden compararse con la clase y el talento del hijo del repartidor del Pittsburgh Post-Gazzete. Pues aún sin título alguno en su inaprehensible curriculum, verle escoltado por los dos Marks (Higgs y Duper) sobre un emparrillado aun pone la piel de gallina.
Hasta ahora hemos visto trios imbatibles como el de Cleveland. Tripletas que convertían en oro y anillos todo lo que tocaban, como las de Dallas y Pittsburgh. También combos en los que no todos eran megaestrallas, pero funcionaban a las mil maravillas, como ocurrió en San Franscio y Chicago. Incluso cambio de parejas hasta lograr el encaje óptimo, como hizo el laborioso y paciente Elway. Y drama, mucho drama. En Buffalo y en Miami. Pero con todo, ninguno de estos irrepetibles ménage à trois cambió la historia del deporte. Sí, en efecto, ganaron títulos, batieron récords y maravillaron con su juego, pero no alcanzaron esa categoría mítica que únicamente grandes hitos deportivos son capaces de lograr. Y eso lo consiguieron un sacrificado fullback, más relevante en el esquema de bloqueos del equipo que en el acarreamiento del balón; un espigado tejano elegido en la cuarta ronda del draft de 1957 y un pasador borrrachín, putero y bocazas. Claro que sí, me estoy refiriendo a Matt Snell, Don Maynard y Joe Namath. Ellos fueron capaces de demostrar al mundo que una franquicia de la AFL podía ganar el Super Bowl a un conjunto NFL pata negra como eran los Colts de Unitas de 1968. Y no sería porque Namath no lo advirtiera…
Termino ya. Seguramente los Prescott, Ezekiel y Bryant ganarán algún anillo juntos, de la misma forma que Brown, Bell y Roethlisberger entrarán en la gloriosa historia de los Steelers. Incluso el ataque nuclear del Georgia Dome hará campeonar a la franquicia de Atlanta algún día. Pero tengo la certeza de que ninguna de estas formidables combinaciones de jugadores serán capaces de desarbolar defensas, convertir los snaps en incombustibles fuegos articiales y enamorar a los aficionados como aquellos Rams de 1999, aquel año en el que muchos de nosotros volvimos a creer en los cuentos de Walt Disney. A Kurt «Cenicienta» Warner, a sus dos ratones, Isaac Bruce y Marshall Faulk, y al hada Mike Martz, el encantamiento les duró poco tiempo, pero mientras lo tuvieron, nadie ha jugado al football como ellos.
Mañana saldremos de dudas, amigos. Si Steelers y Falcons ganan sus respectivas Conferencias, el ménage à trois habrá triunfado absolutamente en la NFL como formato amatorio.
Si por el contrario, Packers y Patriots sacan billete para Houston, el onanismo emparrillador de Rodgers y Brady será entonces inapelable.