A la manera de Joe Pepitone
El jugador de los New York Yankees ha pasado al imaginario popular por su vida fuera del diamante. Entre otras cosas sobrevivió a un disparo en el estomago.
Pepitone era en 1957 un chaval que, estando en su escuela en Brooklyn, recibió un tiro en el estómago. Tan bien se recuperó, que al año siguiente le ficharon como agente libre los New York Yankees. El día que firmó su contrato, alguien de la franquicia comentó que ese chico terminaría apuñalado o ingresado en una institución mental.
Tras cuatro temporadas en las ligas menores, en 1962 dio el salto al primer equipo de los bombarderos del Bronx. Cuenta la leyenda que el bonus que recibió por ello, lo gastó camino del campo de entrenamiento de los neoyorquinos en un barco y un perro.
Y es que la vida de Joe Pepitone se mezcla entre la realidad y la leyenda. Fue contratado para desempeñarse entre la primera base y el jardín central, pero a pesar de ser tres veces elegido para el Partido de las Estrellas y ganar tres Guantes de Oro, nunca desarrolló por completo todo su potencial. Y es que donde era un verdadero miembro del salón de la fama era en la noche neoyorquina.
Gustaba de salir solo y si lo hacía con amigos, se preocupaba de que a éstos no les faltase de nada. Lo que algunos presumen que hicieron en los ochenta, Pepitone ya lo hacía dos décadas antes. Además de tener la tarjeta VIP de más de un club de la ciudad, era de los que alternaba con Frank Sinatra. Cuentan que lo que le gustaba a La Voz de Pepitone, es que no era de los que le iban haciendo la pelota. En otra celebérrima anécdota estaba fumando hierba en su habitación, cuando entró Micky Mantle y no dudó en compartir unas caladas con su compañero. Lo que también es incontable es el número de señoritas con las que compartió lecho.
En el entrenamiento de primavera de 1967, tras un año en el que los Yankees habían sido los colistas de la liga Americana, Pepitone le dijo a los periodistas que desde ese momento se iba a tomar su carrera en serio. No fue que los del Bronx mejoraran mucho y desde las oficinas vieron que el jugador no proyectaba la imagen que querían para los nuevos Yankees, así que lo traspasaron a Houston. Tras un año en Texas, hizo las maletas rumbo a los Cubs.
En la ciudad del viento vivió una segunda juventud y recuperó su mejor versión en el diamante. Además fue un pionero en el vestuario de los Cachorros y no por esconder sus “analgésicos” en la hiedra de Wrigley Field, sino por ser el primero en usar secador de pelo. Siempre fue muy vanidoso y debido a su alopecia, tenía no uno sino dos tupés, uno para el día a día y otro para usarlo debajo de la gorra en los partidos. Éste salió una vez volando cuando respetuosamente se descubrió para escuchar el himno nacional.
Pepitone además de jugador fue empresario y con Yogi Berra y Hank Beuer comercializaron una gomina, que le rendía tantos beneficios como su contrato como jugador. Un día se presentó en un club con un cheque de 5000 dólares y le devolvieron 35 al grito de que invitaba a sus amigos a una copa.
La vida de Pepitone es material de primera para una buena película y son conocidas las veces que ha sido mencionado en Los Sopranos o Seinfield. Y es que Pepitone, como su amigo Frank Sinatra, hizo las cosas a su manera.