Fondo de armario, Throwback appareal o el 'vintage' en la NFL
Con motivo de la explosión en el mundo del merchandising, los equipos han probado con uniformes retros manifiestamente mejorables.
Playeras –uy, perdón, sneakers- que antes las calzaba cualquier chaval y ahora, rediseñadas por gurús de la moda, las venden en boutiques a más de cien pavos el par; bicicletas tiñosas convertidas en tesoros vintages; palés mohosos transformados en jardineras o veladores en domicilios y cafés chic; expositores rebosantes de ediciones especiales de vinilos a 33 rpm; individuos por las calles con bigotes, barbas o cuellos abotonados sacados del romanticismo decimonónico; food truck o perritos en furgonetas retro…en fin, la melancolía por el pasado se ha instalado en el presente con una fuerza arrolladora y pingües beneficios.
La NFL no ha sido ajena a esta tendencia revival y, sorprendentemente, una empresa con un sentido del marketing tan desarrollado y sofisticado como aquella sin embargo, a la hora de recuperar los viejos jerseys de las franquicias, puede decirse, sin ánimo de ofender, que todo tiempo pasado fue peor…
Paul Brown fue Dios y Otto Graham su profeta. Desde 1946 a 1955 no se apearon de la final del campeonato, ya fuese en la AAFC o en la NFL. Una hegemonía no igualada aún. Como tampoco ha sido igualado el abominable color naranja del jersey que el sábado 10 de octubre de 1953 se enfundaron para recibir a los Eagles, como novedoso uniforme local y que ha sido recuperado ahora como prenda retro.
¿Acabo de hablar del inigualable naranja de Cleveland? Rectifico. En pleno delirio setentero, Hugh Culverhouse, el abogado tributarista y fundador de los Bucs de Tampa, superó a los de Ohio con aquel inolvidable Creamsicle Orange como uniforme alternativo, un color naranja híbrido, mitad gominola, mitad granizado, combinado con pantalones blancos y todo ello adornado con la imagen Bucco Bruce en el casco. Por cierto, en 2013, con motivo de la entrada en vigor de las nuevas normas de seguridad en la NFL, Tampa no pudo vestir su throwback Creamsicle, puesto que los cascos blancos no eran los que habitualmente usaban los jugadores y, con la nueva reglamentación, el casco debía ser el mismo durante toda la temporada. La franja con la bandera española, mola.
Es de todos sabido que la gloriosa AFL y la televisión fueron de la mano desde un principio. Por ello, los equipos de aquella competición introdujeron importantes novedades en la vestimenta, siempre con la referencia de la difusión de las imágenes de la franquicia. De ahí los Tv Numbers sobre las hombreras, las vistosas y arlequinadas end zones y algunos uniformes, como la inolvidable y ofensiva apariencia de los Broncos, en una imposible combinación de marrón, amarillo y blanco, culminado con los execrables calcetines a rayas verticales marrón y amarillo que, para dolor nuestro, volvieron enfundarse en 2009.
Siguiendo en la AFL, siempre me ha apasionado la apariencia textil de los Jets –sobre todos sus abrigos de pieles- pero nótese que cuando se fundó en 1960 por Harry Wismer y jugaban en el antediluviano Polo Grounds del Upper Manhattan, se llamaban por aquel entonces New York Titans, no por reminiscencias con la mitología clásica, sino para demostrar que eran más grandes y más fuertes que sus vecinos Giants… Lo cierto es que el equipo fue languideciendo temporada tras temporada, tocando fondo con la derrota el 15 de diciembre de 1962 por 44-10 ante los Oilers bajo la somnolienta mirada de menos de dos mil espectadores. La franquicia entró en bancarrota y fue recomprada por el inversor Sonny Werblin en 1963 por 1.3 millones de dólares, registrándose la nueva sociedad como Gotham Football Club, Inc. Se mudaron al Shea Stadium de Flushing, le puso el nombre de Jets, que además de recordar el ruido del barrio, fonéticamente funcionaba bien con los Mets, con quienes compartían terreno de juego y le cambió los colores en honor a San Patricio, pues durante sus tres primeras temporadas, los Titans vestían de azul y oro, con casco también azul y sin logo. Esta sosería de uniforme la recuperaron en 2007, siendo víctima de esa guisa y de esas charreteras infames el mismísimo Bret Favre.
Pero ojo, no se piensen que las aberraciones en la vestimenta de los equipos de la AFL tuvieron su origen en el contexto de los psicodélicos sesenta. Franquicias históricas y de rancia tradición son también pasto de extravíos textiles.
La historia de los Eagles no puede concebirse sin dar razón de los Frankford Yellow Jackets, la única franquicia de Filadelfia en la NFL entre 1924 y 1931, ganadora del campeonato de 1926. Problemas económicos y legales impidieron a los Yellow Jackets iniciar la temporada de 1931, adquiriendo dos años después la franquicia de expansión Bert Bell y Lud Wray por $ 2.500. Los nuevos propietarios heredaron los restos de la organización de Frankfort incluyendo sus abyectas camisetas amarillas. Con motivo del 75º aniversario del equipo, el 23 de septiembre de 2007, los Eagles saltaron al Lincoln Financial Field con el horrible terno azul y amarillo en el que apenas se pueden leer los números, enfrentándose a unos Lions que, como siempre, se convirtieron en la víctima propiciatoria de un conjunto que, aquel día, daba grima verles, pero que les metieron 56 tantos con un McNabb en estado de gracia.
Otro 75º aniversario fue la excusa para un atroz desfile de modelos. En los locos años veinte era muy habitual en los equipos de football vistieran con rayas verticales, pero no por un prurito estético, sino con una utilidad práctica: se trataba de tiras de fieltro que ayudaban a sujetar el balón, que por aquel entonces tenía una forma más esférica que ovalada, resultando, por tanto, más difícil su conducción con la mano. En 1919, el joven y atlético George Halas compatibilizaba su trabajo como ingeniero con los partidos en el Hammond Pros, uno de cuyos espectadores era Augustus Staley, a la sazón propietario de una factoría de producción de almidón - Staley Starch Company - en Decatur, Illinois. Gran impulsor del deporte como vehículo comercial, Staley patrocinaba un equipo de béisbol y otro de baloncesto, interesándole también un patrocinio en el ámbito del creciente football. Halas se hizo cargo de ese proyecto, y en 1920 debutaron los Decatur Staley con camisetas azules y rayas verticales de fieltro de color canela. La proyección de la marca merced al buen juego y popularidad del equipo, llevó al dueño a trasladarles a la cercana Chicago, donde ya como Chicago Staleys, se alzaron con el título en 1921. Halas, una vez más aprovechando el tirón popular del béisbol en aquella década, renombró a su equipo como Cubs, con el ánimo de atraer a los aficionados al bate. Sin embargo, pronto advirtió que la copia era aún mayor que el original y si los jugadores del pasatiempo nacional eran «cachorros», sus muchachos del emparillado serían “osos”. Habían nacido los Chicago Bears, junto con los Cardinals, las dos únicas franquicias subsistentes del grupo fundacional de Canton. En 1995, los Bears recuperaron aquellas rayas en uno de los uniformes más antiestéticos de la historia de la liga.
Dicen que la clase y el estilo no se compra con dinero. No hay más que ver a París Hilton, Ivana Trump o Kim Kardashian. Es cierto, ni con dinero ni con anillos. Las dos franquicias más laureadas de la historia, nos han deparado momentos de gloria en esta particular parada de monstruos.
Curly Lambeau, empleado en una mercantil de carne enlatada, pidió a ésta que patrocinara un incipiente equipo de football. La empresa, que se llamaba Indian Packing Company (luego Acme Packing Company, sí, sí, como la de los gadgets del Coyote), aportó 500 dólares para equipación y entrenamientos. Aquellas empresas ya no existen, pero los Packers se han convertido en la franquicia más laureada y singular de toda la NFL. En la temporada 1929-1930, quizá embotado por las árticas temperaturas de esa ciudad, a alguien se le ocurrió la idea de juntar un casco marrón oscuro, un jersey azul con un círculo amarillo en el pecho y unos pantalones beige tostado. No contentos con esa atrocidad, este año venden la throwback azul con hombreras y mangas amarillas de 1937…
Y qué decir de los Steelers. En 1994, con motivo del –otra vez, ay- 75º aniversario de la NFL, el equipo de Cowher apareció con la inclasificable camiseta de 1933 –una verdadero objeto de deseo de los coleccionistas por su casi absoluta incapacidad para encontrarla -, en la que a las rayas negras y doradas en forma de pico se superponía el escudo de la ciudad de Pittsburgh, con un innegable aroma masónico. Inenarrable.
Pero lo mejor estaba por llegar. El 28 de octubre de 2012, octava semana de competición, una indescriptible horda de…¿presidiarios? ¿abejas? ¿avispas? saltaron al Heinz Field para enfrentarse a los Redskins. Afortunadamente ni Lambert, ni Ham, ni Bradshaw, ni Green, ni Stallworth, ni Swann, ni Bleier, ni Harris, ni Blount, ni Webster, ni Greenwood, ni Shell ni tantos otros iconos del Allengheny tuvieron que pasar por esta ignominia. Un jersey retro que, por cierto, no se ajusta a la historia. En efecto, vendido como réplica del que usaron en 1934, cuando aún se llamaban Pirates, lo cierto es que el malhadado uniforme a rayas horizontales fue usado únicamente el día 11 de noviembre de 1933, en Forbes Field, cuando fueron aplastados por los Brooklyn Dodgers 0-32. Feo y sin rigor. El colmo.
Y lo que dije antes acerca de que cualquier tiempo pasado fue peor en materia textil, también lo retiro. Otro día escribiré acerca de lo que pienso del lacerante color rush de los jueves…