¿Y si Andrew Luck no fuera tan buen quarterback de la NFL?
Después de cinco años dando por hecho que es uno de los mejores quarterbacks de la NFL actual, quizá haya llegado el momento de analizar sus virtudes y defectos.
En el deporte hay verdades absolutas que nadie se atreve a contradecir, y que no pueden ser objeto de debate, salvo que el insensato que las cuestione consiga mantenerse impasible ante el posible escarnio público. Y yo hoy me he decidido a subirme a una viga embadurnado de brea y plumas para poner en entredicho una de esas verdades inmutables.
“Andrew Luck es una gran estrella de la NFL”. A ver quién es el listo que se atreve a negar eso. Además, el quarterback tiene un estupendo colchón que le protege de cualquier crítica. Todo a su alrededor es tan mediocre, desde la línea ofensiva hasta el entrenador, pasando por todas y cada una de las posiciones, que antes de llegar hasta él, para revisar su auténtica labor, terminamos enciscados con la defensa puesto por puesto, Pagano, Pep Hamilton, Rod Chudzinski, los cinco individuos que forman por delante de él, la edad de Frank Gore y hasta la apatía de la afición de Indianápolis. Así que Luck se mantiene inmaculado, como una estatua magnífica cuya presencia impone devoción, y que no recobrará la vida hasta que los que le rodean esté a su altura.
Llevo desde que el quarterback llegó a la NFL en 2012 criticando el mal trabajo que se ha hecho para desarrollar todo su potencial. Luck no solo está mal utilizado; además, no ha crecido demasiado como jugador en todo este tiempo. Por supuesto que se nota la veteranía, pero cuando llegó a la NFL sorprendió por su atrevimiento, potencia y precisión en los pases largos y, por ahora, en eso se ha quedado: un jugador letal en la media y larga distancia.
Esa virtud ya sirve por si sola para catalogar a un quarterback como muy bueno, pero no es suficiente para situarlo en la élite de los más grandes.
Siempre insisto en que lo más difícil para un quarterback no es lanzar muy lejos o con muchísima precisión. Eso debería darse por sentado para ser profesional. De hecho, la potencia ni siquiera es indispensable. En la NFL ha habido buenísimos quarterback que nunca han tenido un cañón Berta en el brazo. Para mí, lo que marca la diferencia entre quarterbacks es la capacidad para hacer lecturas rápidas, encontrando siempre el mejor objetivo posible. Y donde de verdad se ve a las grandes estrellas es en las distancias cortas, que es donde se lanzan la mayor parte de los pases.
Un quarterback mediocre no tiene tiempo para hacer más de una lectura en pases cercanos. Se queda con la primera opción y va a muerte con ella. Cuando subimos un escalón, encontramos quarterbacks que son capaces de mirar a campo abierto cuando ese primer pase corto no es posible. Sin embargo, hay que ascender dos o tres pasos más para llegar a esas grandes estrellas de verdad, tipos superdotados, que son capaces de radiografiar el campo en décimas de segundo para hacer la elección más dañina en el pase corto, sin necesidad de buscar más allá. Gente que es capaz de saber en cada momento en que lugar está cada uno de sus compañeros y si están abiertos o cubiertos.
Esa capacidad de los mejores es además lo que les permite convertir cada drive en un acordeón que se abre y se cierra a voluntad, y que dura exactamente lo que debe durar. Ni un minuto más, ni uno menos. Tipos transformados en moldeadores del tiempo, que saben que el mejor pase posible no es siempre el que acaba en touchdown, sino el que consigue que el equipo propio mantenga la iniciativa.
Se supone que Luck debería estar en ese grupo, pero es evidente, y cada vez más, que el jugador no hace buenas lecturas en corto. Se fija en el objetivo prioritario, pero si está bien cubierto ya no le da tiempo a rectificar, y no tiene más remedio que levantar la vista a campo abierto. Y eso si por un milagro su línea le concede un poco más de tiempo, algo que no sucede demasiadas veces. Por eso es muy habitual que Luck no encuentre la mejor opción en pases cortos, porque no le da tiempo a verla, aunque suple esa carencia completando de forma increíble opciones peores, que curiosamente casi siempre son más complicadas y quizá más vistosas, y que nos dejan con la boca abierta por su dificultad, sin dejarnos pensar en su poco sentido práctico. Le sucede todos los partidos y en mi opinión es una de las razones por los que nunca ha sido capaz de conducir drives sostenidos, y termina buscando lanzamientos más largos con los que se siente más cómodo.
Me podéis decir: “pues fenomenal, mientras siga siendo capaz de colocar sin inmutarse un pase de cuarenta yardas en las manos de un receptor en doble cobertura, el resto da lo mismo”. Yo no estoy de acuerdo con eso. Es innegable que Luck es explosivo y letal en el pase largo, uno de los mejores de la NFL en esa faceta, pero eso no es suficiente. Lo ideal para cualquier equipo, y más para uno con las limitaciones de los Colts, con una línea que no concede mucho tiempo, sería que su quarterback fuera capaz de hacer más daño con el pase corto.
Durante estos cinco años he sospechado lo mismo que estoy explicando en este artículo, y que por fin me he atrevido a escribir. Hasta ahora he defendido que Luck tiene un talento innato infinito, y que la culpa de ese lunar la tienen Chuck Pagano, y todo el resto del staff de los Colts, que no han sabido trabajar con él para hacerle evolucionar en esa faceta del juego. Sin embargo, con el paso del tiempo empiezo a temerme que la solución sea más sencilla y, simplemente, el quarterback tenga ahí un defecto que no consigue corregir.
Sea cual sea la razón, mientras no vea a Andrew Luck lanzar pases cortos con la misma riqueza de lecturas que consigue en el pase largo, seguiré con la duda de que sea una gran estrella de la NFL.
Que a veces es muy sano dejar en entredicho axiomas que todo el mundo da por válidos y que tal vez merezcan ser dicutidos.