Un chispazo de los Seahawks quema a los Dolphins
Un sólo drive inspirado, y con su pequeña dosis de suerte, le sirvió a Seattle para ganar un partido dominado, con mano de hierro, por las defensas.
Sirve un chispazo para hacer arder miles de hectáreas. No son necesarias medidas extraordinarias, hechos hercúleos, para conseguir resultados de entidad. En ocasiones lo único necesario es un contexto adecuado, una cascada de acontecimientos ligados como fichas de domino que tiran la una a la siguiente, y su pizca de suerte. Pongamos el ejemplo del partido entre los Seattle Seahawks y los Miami Dolphins.
Un sólo drive inspirado. Un instante de conexión entre Russell Wilson, Doug Baldwin, Jimmy Graham y Christine Michael. Nada más. Eso necesitaron los Seahawks, en ataque, para ganar 12 a 10 a los Miami Dolphins. Fue un chispazo que hizo arder a los de Adam Gase hasta las cenizas. Así funciona esto a veces.
Porque el partido, no hace falta decirlo pues el resultado es suficientemente explicativo, estuvo dominado por las defensas. Y con mano de hierro. La de los Seahawks, conocida desde hace años, brilló en todas sus fases. La de los Dolphins, más modesta, se conformó con que su nueva línea defensiva atosigara con algo de insistencia para decantar la balanza de la batalla de trincheras hacia su lado de manera a ratos obscena.
La línea ofensiva de los Seahawks es poca cosa. Concedido. Pero, visto lo que le hicieron los Wake, Williams, Phillips y Suh, se diría que es, directamente, nada. La capacidad para sacar de su sitio a Russell Wilson fue absoluta. Y, hasta el último drive, la labor de Rawls y Michael fue la de chocarse contra ellos sin más opción de juego.
Tal desbarajuste llevó a a Seattle a no avanzar apenas nada. Y a anotar tan sólo seis puntos durante todos los drives del encuentro, quitando el último. En un momento dado, presas del pánico, incluso se tropezaron entre ellos, y con su QB. Suh pisó a Wilson y éste se mostró muy incómodo a partir de ese instante.
No fue más fácil la vida al otro lado del balón. Tannehill no sufrió tanto en sus propias carnes pero, a cambio, sus receptores se comieron bofetadas de la afamada secundaria de los Seahawks.
Hasta que, ya en el último cuarto, fue capaz de llevar a cabo un drive estupendo. Con Jarvis Landry reapareciendo a la vida, y con más de un fallo de placaje, que todo quede dicho, anotaron un touch down que, en un partido así, es un potosí. Tuvo que ser el propio QB el que entrase en la end zone con el balón, porque a nadie más dejaron acercarse.
Y es aquí cuando la narración vuelve al punto inicial: el chispazo. Russell Wilson dirigió un nuevo drive ganador en su carrera. Pero necesitó convertir dos cuartos downs kamikazes para ello y elevar su número de pases a 43, el mayor de su carrera. Este equipo estaba acostumbrado a jugar de una manera, a correr, defender y vivir de algún pase genial. Cuando su QB lanza el balón 43 veces y sólo consigue doce puntos totales es que algo debe ser repensado: la falta de equilibrio nunca es buena en este juego.
Pero les sirve. Les ha servido esta vez, al menos, cuando un pase de WIlson, precioso, aterrizó en las manos de su favorito, Doug Baldwin y puso el marcador en su punto final.
Bueno, no, que aún tuvo el balón de nuevo Ryan Tannehill, sólo para refrendar lo que habíamos visto, que es una persecución continua de su persona por parte de la defensa de los Seahawks. Y, así sí, se llegó a la conclusión, con una defensa sacando del campo a gorrazos al ataque rival. Algo de lo que pueden presumir las unidades de los dos equipos... salvo por un chispazo que lo quemo todo.