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JUEGOS OLÍMPICOS

México se conforma con el empate ante Alemania

La Selección Olímpica inició la defensa de la medalla de oro con empate ante Alemania. Oribe y Pizarro marcaron; Gnabry y Ginter igualaron.

México se conforma con el empate ante Alemania
OMAR MARTINEZMEXSPORT

Como en Londres 2012 y Atenas 2004, el primer peaje que transitó la Selección Olímpica fue complicado. Alemania volvió a la Arena Fonte Nova, punto de partida de su camino hasta Maracaná y la Copa del Mundo de 2014. Otro equipo, cierto, pero los lugares significantes siempre acarrean la nostalgia del triunfo pretérito. La selección de "El Potro" Gutiérrez, en cambio, no comprende de nimiedades; tiene una gran factura por igualar, el pasado por detrás y el futuro nebuloso. Al contrario del impertérrito grupo de Luis Fernando Tena, el combinado que comanda 'Gutiérrez' no posee aquel aura divina, ni lleva consigo la sensación de que, no importa la tormenta, el sol siempre saldrá al final. Fuera comparaciones, Gutiérrez y su camada, hambrienta, procaz, tienen un plan. No hay colorete, ni épica, ni siquiera un dejo de simpatía. Pero hay fútbol.

El éxito, como bien definió Carlos Cortéz, consiste en convertir meta en un paso y cada paso en una meta. No hay fórmulas mágicas ni automáticas; hay fuego, hay lluvia y relámpagos; hay llanto y cólera; arrebato y expiación. Las espadas se forjan tras haber sido sometidas al fuego. Así es el olimpsimo. Sepámoslo de una vez, antes de descorchar el champán o remojar las plumas en veneno.

El misil de Hirving Lozano sobre la meta de Horn detonó la tormenta en Salvador de Bahía. Sobre el estadio se posaron las Cataratas del Iguazú. Torrenciales, furiosas. La tempestad resalta hasta la épica una barrida insulsa; el agua abriéndose paso ante el embiste de los cuerpos en movimiento es el aderezo épico del deporte. La tormenta dibujó un partido épico, sin serlo. México se asentó sobre el campo, tan rápido y húmedo como una pista de hielo, pero sufrió un cortocircuito cuando el impacto de Süle surcó las aguas y el poste derecho de Talavera. Fue el susto, quizá. A la ocasión le sucedieron querellas de Selke y Ginter, mucho menos traumatizantes. El 'Tri' no se reactivó hasta que Pizarro pisó el pedal, Oribe pivoteó y Lozano estrelló la pelota en el torso de Horn. Y la borrasca que seguía descargándose sobre la Arena Fonte Nova...

Hrubesch y Gutiérrez quitaron el corsé a sus actores tras el entreacto. El partido se convirtió en un correcalles; una serie de relevos 11x100, sin tartán de por medio. En pleno frenesí, Oribe Peralta cabeceó, con su figura en el aire esculpida por Rodin, el primer gol del partido. Oribe, siempre Oribe. El último gol en Wembley llevó su firma. Las mejores historias, manda el canon, están escritas en narrativa circular.

Siguieron los relevos, frenéticos. Los relámpagos no caían desde las nubes; transitaban sobre el césped. Ocurrió que Beckenbauer reencarnó en Ginter y Gnabry, con las piernas de Bolt, abrió el botín derecho y depositó el balón en la red. A partir de entonces, el partido entró en combustión. Selke anotó pero con ayuda ilegal de alguna de sus extremidades superiores (a saber cuál), poco antes del imperial cabezazo en plancha de Bueno y la puntilla de Pizarro sobre el cal.

¿Lección aprendida? No. El axioma anticipado por Lineker no se ha retenido en el imaginario colectivo del futbolista mexicano. El tiro de Bender curveó frente a las narices de Talavera; Gnabry despedazó a Abella, Salcedo, Montes, Márquez, Quirarte (y el que le pusiera enfrente) y "El Cubo" Torres, suplente del quejoso Oribe (alerta roja), citó a Lozano con el gol. "El Chucky" no estuvo de dulce. Quizá le perturbó la tormenta. Rondaba el epílogo, la tormenta amainaba, cuando Ginter aprobó en la asignatura suspensa de por vida por el fútbol mexicano: el balón parado en contra. La historia de siempre, pero que el empate no desvíe los juicios. Los presagios eran peores. No olvidemos. Las espadas se forjan tras haber sido sometidas al fuego.