Nashville: el fútbol apenas canta en la 'Ciudad de la Música'
La capital de country vibra con su espectacular clima de fiesta todos los días de la semana. El futbol y la Selección de Estados Unidos son meras comparsas del jolgorio.
El pasodoble de la batería que repiquetea. El zigzagueo de la guitarra, acompasada. Una melodía como el galope cadencioso de un caballo domado. "Love is a burning thing. And it makes a firery ring. Bound by wild desire. I fell into a ring of fire". Jonhny Cash es santo y seña en Nashville. Patrono y efigie. Suya es la armonía que recorre de cabeza hasta el mastil el Broadway campirano de la 'Capital del Country'; que acompaña las cervezas de domingo, el neón, el desfile de botas y sombreros, y los partidos de fútbol que nadie ve.
Osman es un entusiasta del fútbol. "México siempre ha sido el mejor de Concacaf. Nosotros estamos por debajo. Y ahora más, que tenemos un equipo muy joven e inexperto. México debería ganar la Copa Oro", suelta mientras conduce su Town&Country con rumbo a Nashville-downtown. "Si no hay latinos, no encontrarás mucha gente que le interese el fútbol aquí", advierte. Estados Unidos enfrenta a Curazao por la tarde, en Filadelfa. Si emerge victorioso, habrá sellado su pasaje rumbo a Nashville, donde se citará con uno de sus inusitados némesis en las semifinales de la Copa Oro: Jamaica. La última final del torneo encaró a 'Team USA' y Reggae Boyz hace dos años. Y también, la semifinal de 2015. El Georgia Dome, de Atlanta, presenció cómo los pupilos de Winfried Schäfer apearon, contra toda quiniela, al once de Jürgen Klinsmann. Hay cuentas pendientes. Pero a Nashville poco le importa. Es domingo de fiesta.
En Broadway, el tiempo discurre entre compases y meneos de cadera. Las horas se cuentan como botellas de cerveza. El zigzagueo de las guitarras rompe la noción del espacio-tiempo. El neón queda impreso en el cielo limpio, los batacazos resuenan en el pavimento y quienes no miran sin rumbo lo hacen con ganas de perderlo. Las tiendas de vinilos empolvados. Los estantes de botas puntiagudas y sombreros de ala ancha. La estatua de Elvis Presley, petrificado en plena sacudida de cadera. Las tabernas móviles, barras accionadas con pedales por ciclistas que impulsan las ruedas al calor del trago, como un roedor que galopa despavorido en su rueda mientras saborea la carnada. Y el pollo crujiente del Rock Bottom, acompañado de puré de papa y ensalada de col. Solo figura el fútbol en una de sus pantallas; la más lejana de todas, donde ningún cliente aguarda por su orden. Las televisiones prefieren mostrar las novedades de la vibrante agencia libre de la NBA o el análisis previo del partido de los Dodgers frente a los Rockies. La Copa Oro no tiene quien la vea en el Rock Bottom.
El grupo en el escenario del Tequila Cowboy, guitarra tímida y bajo tenue, transita de las Dixie Chics a Bon Jovi, pese a la reprobación tácita del público. Dos parejas de edad avanzada bailan cuerpo a cuerpo al compás de Tim McGraw mientras la penumbra roja ilumina las latas de cerveza, embarradas de limón. Del country, puente hacia el rock. Lynyrd Skynyrd, Journey. Sweet Home Alabama. Don't Stop Believing. Estados Unidos y Curazao ya se enfrentan en Filadelfia; las pantallas del Tequila Cowboy se engalan con los Dodgers, el golf y una repetición de un partido noventero que protagonizaban los Indianápolis Colts. El fútbol no existe aquí.
En el Honky Tonk Central, el Team USA sí ocupa la pantalla central, pero toda la clientela está de espaldas a ella; la banda acapara el escenario y el danzón ha comenzado. El estruendo de la batería se siente en el pecho. El partido es mera comparsa, un fondo. La escena se repite en el Bailey's Sports Grill, cuyo grupo titular se aúpa como en un aparador, de espaldas a la calle, de frente a sus acólitos y al gol de Weston McKennie, que no arranca ni un mínimo aullido como sí lo hizo la última nota de 'My Baby Loves Me', de Martina McBride. El mástil de la calle comienza en el Ribs Barbeque Bar and Grill, donde la banda de Tim Robbs aporrea sus instrumentos con fiereza y pasión entre el olor a costillas asadas, el bochorno del día y la victoria pírrica de Estados Unidos que solo Sarah, la bar-tender, advirtió. "¿Qué torneo es?", consulta confundida, la prueba concluyente de que, en la noche del domingo en Nashville, el fútbol fue lo menos importante.
El acoso de Curazao fue sonorizado por Ring Of Fire, de Cash. Nunca más ad hoc. "And the flames went higher. And it burns, burns, burns". Estados Unidos superó con quemaduras un peligroso anillo de fuego y llegará a Nashville, donde más se cantará el country que sus goles.