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CRÓNICA - MÁS DEPORTE

Miami: mosaico de color y calor, baile, pasión y deporte

La ciudad de Florida, una de las que mayor concentración tiene de latinos en toda la Unión Americana, hacia confluir a su rica mezcla social a través del deporte.

Miami
Miami: mosaico de color y calor, baile, pasión y deporte
Eduardo López

Arrastrado por el torrente de la Airport Expressway, desde el barrio de Doral hasta Downtown Miami, van desfilando en sentido contrario los templos a los que la población de la 'Magic City' acude en procesión cada par de días en colores y cantos. Primero, a lo lejos, un majestuoso campo de golf donde, quizá en un par de año, se alce un nuevo estadio, una experiencia multisensorial que cambiará para siempre los conceptos de entretanimiento, según describen sus impulsores, David Beckham y Jorge, mecenas del Inter Miami. Después, el imperial Marlins Park, que surje entre el 'skyline' con su cúpula blanca, pulcra, como si fuese un palacio de mármol; un Taj-Majal beisbolero. La procesión termina a puertas del American Airlines Arena, a semajanza de un platillo volador, apostado frente a la bahía, y los cruceros y Miami Beach custodiándolo. Como toda ciudad estadounidense, Miami vive para sus representantes en ligas nacionales, son sus equipos íconos y catalizadores de la esencia y la vida de su ciudad, de su color, su filosofía y su razón de ser. En la 'Little Cuba', (cinco millones de latinos, según un estudio de Pew Research publicado en 2016) todo ello remite a un mosaico cultural amalgamado en el deporte. 

En el Hard Rock Stadium, juegan y ganan los Dolphins ante los Bills poco antes de que el Heat salga a la duela contra el Utah Jazz. La ciudad se parte en dos para cobijar a sus Tannehill, sus Whiteside, sus Wade. Alguna vez lo hizo con su Marino y su LeBron. Solo se divide en dos, pues los Marlines están fuera de temporada. Algún aficionado de los Dolphins deambula por Bayfront, despreocupado del resultado, mientras una salsa electrónica pone a bailar a un público variopinto en una pequeña ágora a orillas del muelle. Las barras que sirven daiquirís al aire libre apenas se dan abasto mientras la procesión de aficionados del Heat comienza a copar las terrazas, los pasos de baile, las filas por los helados.

Al girar hacia la avenida Biscayne Boulevard desde Bayfront, una seguidilla de carpas, en las que se habla español, sulfuran olores irresistibles, a carne en especias y arepas. Banderas venezolanas y acentos colombianos. "Pase, hermano, bienvenido", es como un código de bienvenida. El American Airlines Arena es un santuario de la multiculturalidad. Desde la entrada por la puerta 2 hasta el asiento 6 de la fila 13 en la sección 307, en los confines del mundo, se habló inglés, portugués, alemán, hebreo, español en tres acentos distintos y esloveno; Jelka está en Miami de vacaciones y quería ver a Goran Dragic, en cuanto el fuego y 'In The Air Tonight' de Phil Collins anunciaron el quinteto titular, encogió los brazos, extendió las manos con las palmas hacia arriba y presenció los primeros dos cuartos con gesto de desaprobación. No volvió tras el entretiempo. 

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El American Airlines Arena es Miami a escala. Es ron, cerveza, pollo y papas waffle, tacos y guacamole, hamburguesas y pizza. Es una nave espacial con alma de Torre de Babel, custodiada por el mar y las nubes incandescentes en amarillo y anaranjado. Es, además, 'Noche de Legado' hebrero: el himno nacional corrió a cargo del israelí Gad Elbaz quien, además, entonó un canto en hebrero mientras un acompañante encendías las velas del menorá al final del primer cuarto. Grupos de niños y jóvenes en kipá gozaron, antes del encuentro, de una sui-géneris puesta en escena de música hebrea electrónica en la terraza de la Arena. En la duela de colores neón, estilo MiamiVice-rococó-ochentero, Rubio (España), Gobert (Francia), Ingles (Australia) llevaban el espíritu de Miami a la pelota, después de que Metallica recibió al Heat para su calentamiento. Avanzó el partido y una bandera chilena se asomó entre las filas bajas, Martina Navartilova saludó a la afición desde su butaca de primera fila, la Arena fue un sepulcro cuando recordó a George H.W. Bush y una bacanal cuando Korver erró el triple final desde la esquina izquierda que habría significado el triunfo para el Jazz. Porque también eso es el AAA, una extensión de la eterna fiesta 'miamense'. Y más si el equipo pierde. El staff del estadio azuza a la afición con playeras enrolladas si el límite de decibelios supera su estandar aleatorio mientras los triples caen en contra de la casa. En AAA, y quizá en Miami, la felicidad es una distracción.

Bryan presume orgulloso de su ciudad mientras recorre el Airport Expressway. "Hay de todo. Mucha cultura, deporte, no es una ciudad de fiesta, solamente. Quizá, si vuelves en un par de años, verás muchas más cosas construidas, museos y estadios. Hay latinos, afroamericanos, blancos, y en general todos conviven bien entre sí. Cuando llegué a la ciudad hace 20 años, había una zona en el centro de la ciudad que era muy peligrosa. Hoy, realizan un festival de arte y cultura callejera; ha mejorado para bien", recuerda el ingeniero que pudo trabajar en la Ciudad de México pero prefirió quedarse en la 'Magic City'. La ciudad de colores cian y magenta, que evocan el neón de su esplendor (y decadencia, como quiera verse) ochentero. La ciudad del mosaico multicolor.