¿El Tour de France, en crisis? La edición de 2018 fue un caos
Entre abandonos, accidentes, e intervenciones policiales, el Tour de 2018 se distinguió por el caos. Al menos, el doping brilló por su ausencia.
El Tour de Francia, por su naturaleza titánica, homérica, es escenario idóneo de la épica. Es una de las cimas del mundo del deporte. Por la campiña francesa se construyen los nuevos mitos casi al paralelo de su destrucción. Los monstruosos ascensos en los Pirineos y los surcos por los Alpes son, casi, tan épicos como un alunizaje. El Tour corona al más grande ciclista del mundo, quizá al más grande deportista del orbe; hombre de acero que ha destruido sus piernas en 3329 kilómetros de ascensos y descensos. Sin embargo, el doping ha arrinconado a la competencia hasta el borde del colapso. Los casos han pululado a lo largo de los últimos tiempos con brutal y triste frecuencia: Landis, Ulrich, Basso, Vinokúrov, Armstrong. Y la sombra planea sobre Froome, el símil del listado en la nueva era, la época post-EPO.
La edición 2018 del Tour, no obstante, fue surrealista ante que épica. Los abucheos a Chris Froome, el rey de los últimos tres recorridos, sonorizaron con ahínco las primeras etapas y, lenta y casi imperceptiblemente, amainaron conforme el Tour avanzó. El público más asiduo el Tour, espectadores que veneran y consagran la santidad del ciclismo como la más absoluta actividad deportiva, pegamento de la cultura física francesa y flamenca, ya ha perdido la tolerancia al más mínimo atisbo de duda. Y el caso de Froome, un dopaje 'light' por Salbutamol detectado en muestras recogidas durante la Vuelta a España de 2017, no tiene el beneficio del margen de error. Mucho daño ha causado el dopaje al ciclismo y al Tour que la afición, protagonista excluyente del recorrido desde sus primeros tiempos, ya ha perdido la capacidad de asombro. A lo largo del Tour 2018, demostraron que los abucheos no son la única forma de protesta. La exoneración que hizo la Unión Ciclista Internacional al dopaje de Froome apagó el fuego pero no acalló las sospechas.
Para caídas, la que sufrió el belga Philippe Gilbert, del equipo Quick Step, en su descenso del Portet d'Aspet en la 16° etapa. Sin control de la bicicleta, la rueda delantero le patinó, entró en trayectoria a la curva y cayó de bruces ante un barranco. Milagrosamente no solo volvió a la carrera, sino que mantuvo la vida. "He aterrizado sobre las piedras y en el primer momento he pensado que estaba hecho pedazos, pero finalmente estoy bien y agradezco a todos los que me han ayudado a volver a la carretera", señaló aliviado el portador, entonces, del premio a la combatividad que, finalmente, quedó en posesión del irlandés de UCI World Team: Dan Martin.
El caos volvió para la etapa 16, 218 km. de alta montaña entre Carcassonne y Bagnères-de-Luchon sobre los Pirineos. A 31 kilómetros de la salida, un puñado de agricultores cerró la carretera con fardos de paja. 20 minutos tardó la competencia en reanudarse, tiempo en el que corrió el gas lacrimógeno cuyo origen aún es motivo de debate. La protesta, en la que los agricultores han utilizado la visibilidad internacional del Tour para reivindicar derechos laborales, motivó la acción policial, que desalojó a los manifestantes y reabrió la ruta. Varios ciclistas fueron afectados por los gases lacrimógenos, incluido el ganador final: Thomas.
¿El colmo? Al final de la 18° etapa, Chris Froome bajaba del puerto de llegada con rumbo a su hotel en bicicleta y un gendarme lo confundió con un espectador. Según el reglamento del Tour, por aquel páramo, cerrado a la circulación en tanto es una ruta contigua al recorrido oficial, no puede circular nadie ajeno a la competencia. En su afán de detener al 'espontáneo', el gendarme tiró al suelo al tricampeón del Tour. El británico, enfurecido, se encaró con el policía y, después de una breve pero intensa discusión, siguió su trayecto. Todo quedó consignado en un vídeo que resume el caos del Tour de Francia 2018.