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Broncos 3 – Patriots 16

Brady y los Patriots cocinan a los Denver Broncos a fuego lento

El equipo de New England no se complicó la vida y apeló al abecé del football para colapsar a los Denver Broncos atacando sus puntos más débiles.

DENVER, CO - DECEMBER 18: Running back LeGarrette Blount #29 of the New England Patriots rushes against the Denver Broncos in the second quarter at Sports Authority Field at Mile High on December 18, 2016 in Denver, Colorado.   Sean M. Haffey/Getty Images/AFP
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Sean M. HaffeyAFP

A los Patriots les gusta la cocina a fuego lento. Sin prisas. Dejando que los ingredientes se guisen en su jugo sin perder ninguna de sus propiedades. Alimento con todas sus vitaminas y libres de aditivos. Porque como saben los cocineros de siempre, no hay que hacer inventos. El pollo tiene sus tiempos, el conejo los suyos, y el magro debe ser mimado y regado en la cazuela para que ni se enfade como una piedra, ni se deshilache como una cuerda.

Con esa filosofía de buen cocinero que no pretende sorprender, sino convencer a sus clientes de siempre, Belichick y compañía se ahorraron los inventos, mezclas de dulces y salados, platitos bien presentados pero sin enjundia, y apelaron al huevo frito con patatas y al par de lonchas de panceta. Que si el peligro de Denver está en la secundaria, y el agujero en las carreras interiores, nada mejor que correr por dentro y pasar cortito sin liarse. Ya explicaba mi abuela que la mejor forma de no pecar era huir de las tentaciones.

Pero incluso en los platos más sencillos se puede cuidar el detalle. Que puestos a buscar agujeros por donde colarse, es mejor espolvorear a Dion Lewis que empalagar con Blount. Y si no hay que rifar la pelota, lo suyo es aromatizar con Edelman, que baila sobre la línea amarilla de primer down como si la viera en la tele.

Así, sin más especias ni condimentos, pasaron los Patriots el trámite de Denver. Arriesgando lo justo y jugando lo necesario. Sin gastar una pizca de sal más de la debida, y poniendo la pimienta justa con una intercepción a Siemian cuando la sartén humeaba.

Los que padecéis colesterol daríais la vida por un par de huevos con encaje, de esos de yema gorda que se puede mojar un buen rato, con los dedos amarillos. Y en esta NFL moderna, de fuegos artificiales y platos de diseño, da gusto volver al aceite de oliva, y a la batalla por la posición de campo, los blitzes interiores y golpes que inundan la boca de esos sabores de antes.

Después de tres horas de lucha se confirmaron las sospechas. El ataque de Denver se vuelve insípido, sin sabor, si no funciona la carrera. Y Siemian sirve como comida rápida, pero le falta sustancia para sazonar toda una ofensiva y convertirla en sabrosa. También confirmamos que el front seven de Denver es picante, y aunque parezca que has conseguido apagar su fuego, siempre encuentra la manera de ajustarse, para seguir golpeando en el centro del paladar, incluso aunque delante haya una línea tan fresca y burbujeante como la reinventada de los Patriots.

Pero la auténtica sorpresa, lo que nos tiene boquiabiertos, es la capacidad de la defensa de New England para reinventarse. Cada semana perdían más y más ingredientes, pero en el momento de la verdad, cuando únicamente las abuelas más experimentadas son capaces de sacar adelante un banquete familiar, solo ha necesitado algo de perejil y unos toques de guindilla para que un front seven sin pass rush deje con el gusto embotado la línea ofensiva de Denver. Un puñado de sacks, como banderillas picantes, nos reafirmaron en lo que todos sabemos. En New England la defensa nunca ha sido cuestión de ingredientes, sino de aderezos como Dios manda. Porque si hasta Logan Ryan, solución grasienta de casquería, deja sin respiración a Siemian robándole la cartera, es complicado pensar que en enero, época de guisos rabiosos y caceroladas de enjundia, no van a ser capaces de llenar la NFL de aromas apetitosos que harán que los comensales nos rechupeteemos los dedos.

Y claro, luego acaba el partido, nos vemos con el plato vacío, limpio de tanto mojar, y levantamos la cara contrita, casi llorosa, sin poder evitar la misma petición ansiosa que repetimos todos los años mientras alzamos el cazo vacio: “¡¡¡Quiero más patatas guisadas… y con mucho chorizo!!!”