PREMIOS OSCAR 2024
La historia de Vazak, el perro que estuvo en la lista de nominados a los Premios Oscar
Un torbellino de discusiones entre Robert Twane, guionista de ‘Tarzán’, y Warner Bross, productora de la cinta, terminó con un can en los créditos.
Los Ángeles, 1985. El séptimo arte en su vertiente yanki cruzaba el ecuador de la década de los ochenta en una ceremonia dirigida por Jack Lemmon que terminó por coronar la que había sido, según la Academia, la mejor película del anterior calendario. Y así Amadeus, que había recibido 11 nominaciones, terminó por llevarse 8 estatuillas. Poca sorpresa en este asunto. Más allá del éxito de la cinta de Milos Forman, la noche estuvo marcada por dos anécdotas que, muy posiblemente, arrancaron arrugas de incredulidad en la cara del personaje principal de El apartamento y coprotagonista —junto a Marilyn Monroe y Tony Curtis— de Con faldas y a lo loco.
Con permiso del despiste de Laurence Oliver, quien se olvidó de los finalistas a la categoría de mejor película y cuya huida hacia adelante fue ahogar el silencio incómodo con un vociferante “¡Amadeus!”, remediado instantes después por el productor Saul Zaentz, la ceremonia más importante del cine estuvo a punto de superar los confines de lo surrealista al coronar como mejor guionista a un tal P.H. Vazak, cuya victoria se hubiera limitado a ser simple y llanamente exitosa de no haber sido por un detalle. Vazak era un pastor húngaro. Vazak era un perro.
24 novelas, la Warner Bross y un perro en el lugar adecuado
Pasaron muchas cosas antes de que Jack Lemmon se secase el sudor y se cuestionase a dónde estaba llegando esto de los Oscar. Un año atrás se había estrenado Tarzán, una nueva y magnífica adaptación de la reconocidísima obra escrita por Edgar Rice Burroughs —en realidad eran 24 novelas de aventuras las que componían la serie de este personaje selvático, escritas entre 1912 y 1965— y que había sido llevada a la gran pantalla bajo la dirección de Hugh Hudson y el agudo ingenio de Robert Twane en la escritura de la historia.
Aunque el trabajo de Hudson y de Twane había resultado un soberano éxito, las modificaciones que había hecho el segundo de la historia original granjearon una severa tormenta crítica que terminó por cuestionar el mérito del guion. Un Tarzán más inteligente, cambios en la historia de los padres, escenas radicalmente distintas; la selva de la costa occidental del Áfica Ecuatorial seguía siendo la misma, no el argumento. Ni mejor, ni peor. Diferente. La obra de Burroughs era un cosa; la película de Hudon y Twane, otra.
Fue este germen el que propició fuertes discusiones entre la productora, que no era sino el gigante de hierro de la Warner Bross, y Twane. El escaso beneficio económico en taquilla terminó por dinamitar el puente entre ambas partes. Y al caer la pasarela, Twane se agarró a una liana: decidió ceder los créditos a su perro, su querido pastor húngaro, su añorado P.H. Vazak.
Lo que vino después fue casi irreversible. La obra era una versión moderna de Tarzán y el nombre del guionista no podía eludirse por cuestiones lógicas y esenciales. De manera que, siguiendo el orden lógico de responsabilidades y la cascada de decisiones, resultó imposible desplazar a Vazak de los reconocimientos. De hecho, si se visiona la película todavía hoy figurará el can en los créditos finales.
Debió preguntar dos veces Jack Lemmon para cerciorarse de que, efectivamente, un perro estaba nominado a Mejor guion adaptado. Un perro inteligente, un perro guionista. Pero aquella música era para otro baile: Peter Shaffer, guionista de Amadeus, se terminó llevando el premio. La ciudad de las estrellas se perdió los ladridos de agradecimiento y el placer de ver cómo un perro con levita se alzaba con un premio por interpretar y escribir la historia sobre un hombre con hábitos de simio. El mundo al revés. Lemmon suspiraría aliviado, quizá cariacontecido.