En la actualidad, los autos eléctricos se presentan como la vanguardia, la respuesta tecnológica a la crisis ambiental y la promesa de un futuro más limpio. Tesla, con su innovador diseño y su apuesta por la autonomía, se ha convertido en sinónimo de esta nueva era.
Sin embargo, pocos recuerdan que la historia del automóvil eléctrico no comenzó con Elon Musk, sino que se remonta a un pasado mucho más lejano, un pasado donde la gasolina aún no dominaba las carreteras y la electricidad se abría paso como una alternativa prometedora.
Para encontrar el origen de esta historia, debemos viajar al siglo XIX, una época de grandes invenciones y avances tecnológicos.
¿Quién inventó el auto eléctrico?
En este contexto, un nombre emerge de entre las sombras: Ferdinand Porsche. Sí, el mismo Porsche que más tarde fundaría la legendaria compañía de automóviles deportivos.
Corría el año 1898 y el joven ingeniero, con tan solo 23 años, presentaba en la Exposición Universal de París un vehículo revolucionario: el Egger-Lohner C.2 Phaeton, también conocido como “P1”.
Este auto, lejos de las líneas aerodinámicas y la tecnología futurista que asociamos hoy en día con los vehículos eléctricos, tenía la apariencia de un carruaje tirado por caballos, aunque sin caballos, claro está.
En su lugar, contaba con un motor eléctrico que le permitía alcanzar una velocidad máxima de 15 mph (25 km/h) y una autonomía de 50 millas (80 kilómetros). Una cifra modesta para los estándares actuales, pero que en aquel entonces representaba un avance significativo.
Este “P1” causó sensación en la Exposición de París, y no era para menos. Y es que, fue toda una sorpresa para los asistentes ver un carruaje moverse sin la necesidad de un animal que lo jalara. Porsche, con su invención, se adelantaba a su tiempo, demostrando el potencial de la electricidad como fuente de energía para el transporte.
Pero, si el auto eléctrico era tan prometedor en aquel entonces, ¿por qué no se impuso? ¿Por qué hubo que esperar más de un siglo para que volviera a ser relevante?
Uno de los principales obstáculos fue la limitada autonomía y el largo tiempo de recarga de las baterías de la época. Aunque el rango podía ser suficiente para los desplazamientos urbanos de finales del siglo XIX, no lo eran para viajes más largos. Y recargar las baterías era un proceso lento y engorroso que podía llevar varias horas.
Por otro lado, la industria del petróleo comenzaba a desarrollarse a pasos agigantados, y la gasolina se presentaba como una alternativa más conveniente. Su mayor densidad energética permitía a los vehículos recorrer distancias mucho mayores sin necesidad de recargar, y el proceso de repostaje era mucho más rápido y sencillo.
Ante estas dificultades, el auto eléctrico quedó relegado a un segundo plano. A pesar de su éxito inicial, el “P1” de Porsche no logró consolidarse como una alternativa viable, y la industria automotriz se volcó de lleno en el desarrollo de motores de combustión interna.
Sin embargo, la historia del auto eléctrico no terminó ahí. A lo largo del siglo XX, diversos inventores y empresas siguieron experimentando con esta tecnología, aunque sin lograr un éxito comercial significativo. Fue necesario que la crisis ambiental y la creciente preocupación por el cambio climático pusieran de nuevo el foco en la movilidad sostenible para que el coche eléctrico resurgiera con fuerza.
Hoy en día, gracias a los avances en la tecnología de baterías y la creciente infraestructura de carga, el auto eléctrico se ha convertido en una realidad tangible. Tesla, Nissan, BMW, y muchas otras marcas compiten por ofrecer los modelos más eficientes y atractivos. Así, una vez más el futuro del automóvil parece estar ligado a la electricidad.