La prohibición de la venta de diésel en París a partir del 1 de octubre de 2024 marca un hito importante en la lucha contra la contaminación ambiental. Esta medida es parte del plan de la ciudad para reducir las emisiones de gases contaminantes, lo que refleja una tendencia en aumento en muchas capitales europeas hacia la eliminación de combustibles fósiles.
Sin embargo, el cambio no ha sido rápido ni sencillo, pues el diésel, que en su momento fue la opción predilecta para muchos automovilistas, hoy es visto como un combustible altamente contaminante y perjudicial para la salud pública.
Hace apenas dos décadas, el diésel era el combustible más popular en muchas partes de Europa, incluyendo Francia. En ese entonces, se promocionaba como una opción más eficiente y económica en comparación con la gasolina, además de generar menores emisiones de dióxido de carbono (CO2), uno de los principales gases de efecto invernadero.
Esta ventaja en términos de eficiencia energética y menor impacto en el calentamiento global llevó a que los gobiernos europeos, incluidos los de países como Francia y Alemania, incentivaran su uso mediante subsidios y políticas fiscales favorables.
Los vehículos diésel no solo tenían mejor rendimiento por kilómetro, sino que también producían menos CO2 por litro de combustible, lo que los convertía en una opción atractiva tanto para particulares como para empresas.
En un contexto de preocupación creciente por el cambio climático, el diésel se presentó como una solución temporal a la necesidad de reducir las emisiones. Esto llevó a que una gran proporción de la flota de automóviles en Europa fuera diésel, alcanzando picos de popularidad en la década de 2000.
De salvador a villano
No obstante, con el paso del tiempo, surgió una verdad más incómoda: si bien los vehículos diésel emitían menos CO2, sus emisiones de otros contaminantes, particularmente óxidos de nitrógeno (NOx) y partículas finas, eran mucho más dañinas para la calidad del aire y la salud humana. Los óxidos de nitrógeno son responsables de la formación de smog y lluvia ácida, y están vinculados a problemas respiratorios graves, incluyendo el asma y otras enfermedades pulmonares.
El escándalo del “Dieselgate” en 2015, en el que se descubrió que Volkswagen había manipulado las pruebas de emisiones de sus vehículos diésel para hacerlos parecer más limpios de lo que realmente eran, también contribuyó al cambio de percepción sobre este combustible.
Este escándalo reveló que muchos vehículos diésel estaban emitiendo hasta 40 veces más NOx en condiciones reales de conducción que lo permitido por las normas europeas, lo que generó una crisis de confianza en la industria automotriz y en el propio combustible.
A medida que aumentaba la evidencia de los efectos nocivos del diésel en la salud y el medio ambiente, las ciudades europeas comenzaron a reaccionar. Zonas de bajas emisiones (LEZ) se establecieron en lugares como Londres, Milán, y por supuesto, París, restringiendo el acceso de vehículos diésel más antiguos y contaminantes. En muchos casos, las restricciones fueron solo el comienzo de medidas más severas para desalentar su uso y promover la transición hacia vehículos eléctricos o híbridos.
La prohibición en París
La decisión de París de prohibir la venta de diésel en ciertas estaciones de servicio dentro de la ciudad, y especialmente en las cercanías de la carretera de circunvalación, es un paso más en la campaña de la alcaldesa Anne Hidalgo para reducir la contaminación del aire y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.
Hidalgo ha sido una defensora incansable de las políticas ambientales estrictas, y su mandato ha estado marcado por la expansión de carriles para bicicletas, la peatonalización de calles clave y la reducción de la dependencia de los coches en general.
A partir de octubre de 2024, cuatro estaciones de servicio operadas por TotalEnergies en puntos estratégicos de la ciudad ya no pueden ofrecer diésel, lo que afecta tanto a los automovilistas comunes como a servicios esenciales que todavía dependen de este combustible, como los vehículos de emergencia.
Esta prohibición es parte de un contrato renovado entre la ciudad y TotalEnergies que incluye una cláusula específica para eliminar la venta de diésel en dichas ubicaciones.
Aunque la medida ha sido recibida con satisfacción por los defensores del medio ambiente, también ha generado preocupación entre aquellos que aún dependen de vehículos diésel, particularmente porque los automóviles eléctricos e híbridos siguen siendo inasequibles para muchos. El traslado de los consumidores a estaciones fuera de la capital podría provocar congestión en áreas vecinas y crear nuevos desafíos logísticos.
¿Un futuro sin diésel?
El caso de París es parte de una tendencia más amplia en Europa hacia la eliminación del diésel. Ciudades como Madrid, Berlín y Ámsterdam han implementado medidas similares o están considerando hacerlo en un futuro cercano. Sin embargo, la transición no es homogénea en todo el continente. En algunos países, el diésel sigue siendo muy popular, especialmente en áreas rurales donde las alternativas eléctricas no son tan viables.
El desafío para las ciudades europeas no solo es eliminar el diésel, sino también hacer que la transición hacia tecnologías más limpias sea accesible para todos los ciudadanos. Si bien las prohibiciones y restricciones son un paso en la dirección correcta, deben ir acompañadas de incentivos que faciliten el acceso a vehículos más sostenibles y la expansión de la infraestructura de recarga para automóviles eléctricos.