Desde que éramos niños y veíamos caricaturas futuristas o películas de ciencia ficción, la idea de los autos voladores nos ha rondado la cabeza, ya sea evitando el tráfico infernal de la mañana simplemente elevándose por los cielos y llegando al trabajo o a esa escapada de fin de semana en una fracción del tiempo.
Esta visión de la movilidad del futuro, donde las calles congestionadas se convierten en una opción y no en una obligación, ha sido el motor de incontables inventores y soñadores.
Ciertamente, la promesa de una libertad de movimiento tridimensional es increíblemente seductora, apuntando a una era donde los límites entre la conducción terrestre y el vuelo personal se desvanecen. Así que, cada vez que surge una nueva propuesta, es inevitable sentir una mezcla de escepticismo y, por qué no decirlo, una pizca de esperanza.
AirCar: el auto volador ya tiene permiso para volar
Y bueno, hablando de sueños que intentan tomar altura, recientemente llegó la noticia de que Klein Vision, una desarrolladora eslovaca, ha presentado el prototipo de producción de su AirCar.
Este auto volador, que ya presume de un Certificado de Aeronavegabilidad (un papelito bastante importante en el mundo de la aviación, para que nos entendamos), ha acumulado más de 170 horas de vuelo y superado los 500 despegues y aterrizajes.
Quizás el dato más llamativo es su capacidad de transformación coche-avión en menos de dos minutos. Esto se logra, según explican, gracias a una aerodinámica avanzada, el uso de materiales compuestos ligeros pero resistentes, y un nuevo motor de 280 caballos de fuerza. Sobre el papel, suena impresionante.
Ahora bien, aquí es donde la cosa se pone interesante y donde un espíritu crítico debe hacer acto de presencia. Por un lado, es innegable el logro de ingeniería que representa el AirCar.
Obtener un certificado de aeronavegabilidad y realizar tantas horas de vuelo no es algo sencillo. Stefan Klein y su equipo en Klein Vision merecen todo el reconocimiento por su innovación aeronáutica y perseverancia. Igualmente, la visión de una movilidad aérea personal que fusiona carretera y cielo es, como decíamos al principio, el sueño de muchos.
Más que un auto, más que un avión
Sin embargo, surgen varias preguntas que no podemos obviar. Aunque Anton Zajac, cofundador de AirCar, proyecta un mercado de movilidad aérea global de 162 mil millones de dólares para 2034, ¿cuál será el costo real para el consumidor final?
Porque, seamos honestos, aunque Klein sueñe con “poner la libertad de volar al alcance de la gente común”, la tecnología punta y los materiales compuestos suelen traducirse en precios prohibitivos para la mayoría.
Luego está el pequeño detalle de la regulación. ¿Se imaginan miles de estos autos voladores surcando los cielos de Los Ángeles o Miami? Se necesitaría una infraestructura de control de tráfico aéreo completamente nueva y mucho más compleja. ¿Y qué hay de la licencia de piloto? ¿Será un requisito adicional al permiso de conducir?
Asimismo, la infraestructura terrestre también es un factor. Si bien se transforma en auto, ¿dónde despegará y aterrizará? ¿Necesitará pistas especiales o podrá hacerlo desde cualquier carretera lo suficientemente larga y despejada?
Esto último parece poco probable en entornos urbanos. La seguridad, por supuesto, es otro pilar fundamental. Un fallo mecánico en un coche en tierra es problemático; en el aire, las consecuencias pueden ser catastróficas.
Sin lugar a dudas, este prototipo de producción del AirCar es un paso adelante fascinante en la larga búsqueda del auto volador viable. El reconocimiento en las Leyendas Vivas de la Aviación subraya su mérito técnico.
No obstante, de ahí a que se convierta en una solución de movilidad masiva, hay un trecho considerable. Si bien la tecnología parece estar madurando, los obstáculos económicos, regulatorios y de infraestructura siguen siendo gigantescos.